O5ミ

15.9K 1.5K 2.3K
                                    

Richie se vio dentro de 27 años

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Richie se vio dentro de 27 años.

Rico, famoso, atractivo, heterosexual, sin gafas. Su sentido del humor negro y verde lo llevarían a la cima del éxito, siendo conocido como el hombre de las 1000 voces. Todos los días, vestiría de traje y tomaría de los vinos más caros y excepcionales en su torre de marfil, dejando atrás el estúpido poblado de Derry, a Henry Bowers, a su madre sepultada en el jardín de su casa, al recuerdo turbio de un payaso que intentó matarlo.

Pero, aún con esos kilos de fama, había algo que no podría dejar atrás ni por más que quisiera: Eddie Kaspbrak. Ese puto niño de trece años que odiaba por no dejar de quererlo.

Si su audiencia descubría que era gay, ¿qué tan bajo podía caer alguien tan popular como él? Quizá lo despojen de esa nueva vida de lujos y riquezas, así como Eddie lo despojaría de su amistad. Como el resto de sus amigos. Incluso su padre lo reprocharía por no haber salido del clóset antes.

Le dio una calada a su cigarro, volvió a ponérselo entre los labios y succionó. De repente, comenzó a toser muy fuerte, tanto que la garganta le quemaba y sentía que pronto se le desgarraría. Mike fue el primero en reaccionar, al verlo no pudo evitar reír con una vivencia amigable.

— No… bLAgggh, para de reírte, n-negro de mierda. —reprochó el de gafas, escupiendo humo con cada palabra.

— Bip-bip, Richie. —acalló de vuelta, con una sonrisa.

Ese día eran sólo Richie, Mike y Stan, caminando por la Jackson Street acompañados de un perro de raza doberman que los había estado siguiendo todo el camino. Era el perro de Henry Bowers, a quien arrestaron poco después de encontrar el cadáver de su padre y comisario de Derry, siendo inmediatamente inculpado. Richie comenzó a alimentarlo todos los días y el animal le había tomado un gran cariño.

— ¿Tú no fumas, jaboncito? —inquirió a Stanley.

— Papá dice que no es bueno para mí —contestó, con las manos en los bolsillos del pantalón—. Dice que podría provocarme cáncer, y que teniendo la Torá mañana no es muy conveniente ahora.

— Ya pareces Eddie. —bufó Richie, con ambos brazos tras la cabeza.

— ¿Quieres dejar de mencionar a Eddie por un segundo? —dijo Mike, sacándose el cigarro de la boca y soplando grandes cantidades de humo que hicieron a Stan semi-asfixiarse— Cada vez que hablamos de algo, así tenga qué ver con él o no, lo nombras.

— ¿En serio? —se acomodó las gafas, haciendo lo posible porque sus mejillas no se enrojecieran— No es verdad.

— Tal vez está contento porque a Eddie le quitarán el yeso el sábado —opinó el rizado, en medio de un ataque intenso de tos— Mierda, Mike, ¿eres una puta planta nuclear?

— Las plantas nucleares no expulsan humo.

— ¿Y Chernóbil, qué?

— Eso es diferente; el humo fue a raíz de una intervención dentro de la planta.

— No te pregunté —chasqueó la lengua. Ambos rieron.

Richie permaneció viéndolos, especialmente a Stanley Uris, a quien iría a visitar al cementerio 27 años después. Aquella mirada era triste, solemne, perdida.

Él le era extremadamente fiel a su religión. Sabía que jamás estaría con su buen amigo Bill, por mucho que él fuese el líder del grupo. Tampoco había estado con mujeres, según él no le llamaba la atención ninguna. Todos en el grupo amaban a Beverly, pero ninguno como nada más, exceptuando a Ben por supuesto.

El judío sencillamente no sentía atracción por ninguno de los dos sexos, según contó, y que si de alguien debía estar enamorado, sería de Dios solamente. Todos lo miraron como si hubiese dicho una pelotudez, pero a Richie le resultó significativo.

Pensó en Eddie, ninguna novedad. Y mientras pensaba y debatía contra sí mismo, fue brutalmente empujado por una fuerza brusca que le hizo caerse al suelo, golpeándose con una roca la espalda haciendo que le doliera.

— ¡Auch! —se quejó, acomodándose las gafas. Los otros permanecieron en silencio— ¿Qué te pasa, idiota? ¡Ten más cuidad…!

Miró hacia arriba, y se encontró con un rostro familiar. Era el primo de Henry Bowers. Tenía indicios de haber llorado pero su rostro contaba una historia diferente. Estaba furioso.

Richie abrió los ojos y frunció el ceño al reconocerlo. Ese hijo de perra lo había humillado, jugó con él cruelmente. Se levantó del suelo y le devolvió el empuje.

— ¡Eres un grandísimo hijo de puta! —sus ojos se humedecieron; el perro también comenzó a ladrar. Trató de golpearlo, pero unos brazos se lo impidieron— ¡¿Cómo te atreves a venir a mí ahora?!

— ¡Richie! —gritó Stan.

— ¡Por tu culpa, Henry está en la cárcel! —exclamó el chico. Richie dejó de forcejear— ¡Por tener que lidiar con maricas como tú, está en la maldita cárcel!

— ¡Tú también deberías estar ahí! ¡Los dos son unos malnacidos! ¡Yo no tuve la maldita culpa de nada!

— ¡Richie, por favor! ¿De qué hablas?

— Richie —llamó Mike con voz tranquila. Él se mantuvo flojo, pero mirando con gran rabia al rizado que estaba frente a ellos—, vámonos de aquí, anda. —tomó suavemente de su brazo y lo guió hacia otra parte.

Richie estaba en llamas. El niño cuyo nombre no recordaba, habiéndolo humillado en un lugar público y creando una falsa amistad con él, había tenido los santos huevos de pararse frente a él y empujarlo.

Bácxter, ven aquí —oyó decir, y el perro se apartó de ellos para ir con el chico rubio— ¡Eres un criminal, Tozier! ¡Eddie jamás va a juntarse con un maricón como tú! ¡Él te odia, ¿no te das cuenta?! ¡Deja de perder el maldito tiempo y mátate! ¡Criminal!

Richie de repente dejó de caminar; afortunadamente, sus dos amigos le sostenían y seguían paso. El chico sabía de Eddie y su amor hacia él. Conocía sus inseguridades. De repente sintió un gran miedo, irracional, desconcertante.

Se atrevió a voltear la cabeza y desistió el agarre de los otros dos. El chico ya no estaba ahí, tampoco el perro; la calle estaba desierta. Un solitario globo rojo del 4 de julio paseaba sobre la vereda y dobló una esquina más allá, producto del viento leve.

— Richie —balbuceó Stan, tomándolo de los hombros— ¿A-a quién le estabas gritando?

El bocazas lo miró con miedo, desconcierto y frustrado. Frustrado.

— A nadie. —siguió caminando, tomando la delantera. Los otros dos le siguieron detrás con preocupación.

Muy en el fondo, Richie…

gay ; reddieWhere stories live. Discover now