Epílogo.

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— ¿Has pensado en matarte? —pregunta Eddie, en un punto de su extraña conversación.

El mayor bebe un sorbo más de su cerveza antes de contestar. Se había medido en cuanto al nivel de alcohol y tabaco que consumiría, todo a pedido del hipocondríaco para mantener su salud estable y que no sufra de algún ataque cardíaco repentino. Por ende, se estuvo regulando durante los tres años que llevaron casados y supo dominar su cuerpo para no decepcionar a su chico. Había sido duro, pero también fue un buen cambio para su vida. Incluso tras hacer oficial su relación, por poco y pierde su empleo y antes de abandonarlo, Richie comienza a hacer un largo discurso sobre la autoaceptación —sin olvidar dejar unos cuantos chistes de intermedio para no volver la charla tediosa y seria— y consigue conmover a su público con un tanto de psicología moldeable a sus manos, conservando así su trabajo.

Pero Richie no fue el único que sacrificó sus cosas. Después de Derry, ambos acordaron vivir en New York y que el comediante llevara a cabo sus shows en ese lugar. Eddie habló con Myra y, pese a los llantos de la mujer y las cachetadas que recibió dignas de telenovela mal desarrollada en guión, consiguió realizar el divorcio y superar —por llamarlo así— el trauma de su madre definitivamente. Resolvió alejarse de ella y tuvo que dejar una orden de restricción definitiva para no verle la cara en tantas ocasiones cada vez que bebía una taza de té en su casa.

La noticia fue trivial, pero ninguno de los dos quiso dejar su relación a escondidas. Si los medios lo aceptaban continuarían sus vidas con normalidad, decidiendo que la reacción del público no influiría en sus vidas y podrían dejar sus puestos para buscar otros trabajos en caso de un esperado rechazo. Afortunadamente no fue así.

— No a tal grado —contestó tras una fresca exhalación luego de terminar la mitad del vaso.—. Sólo los chiquillos estúpidos piensan en la muerte a los 15 años. Yo no, siempre he sido optimista, ¿o alguna vez me viste llorar y suplicar la muerte? Jamás, Eds.

Era mentira, pero una mentira necesaria.

Sentados en un sofá del lujoso departamento, la mano del asmático acaricia y enreda sus dedos en la melena de un cachorro de pomerania dormido sobre sus piernas, boca arriba y pidiendo entre ronquidos ser rascado en su pequeño y peludo estómago.

— Oh, Cheryl es hermosa, claro que sí —Richie levanta su mano para rascar al animal justo donde le pedía, y en respuesta la hembra se remueve sacudiendo aceleradamente su pata al tiempo en que expone flojamente la lengua.—. ¿Quién es mi bebé hermosa? ¿Quién es mi bebé hermosa?

Un pequeño llanto se escucha del otro lado del sofá. Richie niega con la cabeza, entre risas.

— Tú también eres mi bebé hermosa, Janyce. —acerca a la fémina adoptiva de unos cortos 2 años hacia él, rodeándola con el brazo izquierdo, siempre teniendo cuidado con su cicatriz. Eddie suelta una carcajada por lo conmovedor de sus vistas.

— ¿Tú, siendo dulce con un niño? Es lo que menos esperaba ver de ti, Tozier.

— También tengo mis encantos, cariño. ¿O cómo te has enamorado de mí?

— Si soy honesto, no tengo la menor idea de qué vi de atractivo en ti. Ni siquiera esa fachada de grosero y pervertido me habría llamado la atención.

— ¿“Pervertido”? En mi defensa, no fui yo el que suplicaba por más la noche anterior mientras gemía «Dad––

gay ; reddieWhere stories live. Discover now