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De nueva cuenta, durante clases, Richie seguía mirando al chico hipocondríaco sentado frente a él. Aún sin poder ver su rostro en su totalidad, lo compensaba ese lindo y bien peinado cabello castaño. Se notaba que su madre era quien lo peinaba, pero aún así a Richie se le hizo sumamente adorable.
«Algún día, esa cabellera será lo primero que verás al despertar cada mañana.»
Y, como Richie es impredecible, al ver a Eddie con más detalle comenzó a pensar en su primera masturbación. No fue con él, sino a los diez años por querer experimentar algo nuevo. A su edad comenzó a ser más frecuente, pero ahora que lo pensaba, nunca se había masturbado pensando en Eddie o en alguna persona en particular.
Tal vez lo intentaría ese día.
Después, comenzó a cuestionarse lo que sería tocar a Eddie. No algo como las palmadas y golpes que se habían dado en el parque el día de ayer, sino algo más íntimo. Un roce más allá de lo que le corresponde a alguien de su edad. Algo más indecente, como la vez que encontró por accidente a sus dos padres haciendo cosas extrañas.
‹…puedes presentarme a algunas chicas tranquilas de las que conoces y saldría con ellas, o algo así…
…quiero tirarles en la cara a esas zorras que me golpearon que sí puedo ser normal después de todo.›
normal.
— ¡Disculpe! —exclamó, levantando el brazo para llamar la atención de la profesora.— Necesito ir al baño a mear.
— Sí, Tozier, no hace falta que nos expliques el proceso que harás allí. —negó la maestra, el resto de alumnos estalló en risas.
Ben le miró con genuina curiosidad mientras veía a Richie salir del salón a una gran velocidad. Era consciente de que él nunca pediría permiso para ir al baño, simplemente se levantaría e iría y al regresar, recién le pediría permiso a la profesora.
Volteó para mirar a Eddie, estaba garabateando algo en su butaca pero no pudo deducir qué era porque estaba detrás de él, y como llegue a voltear le iría un punto menos en el expediente escolar. Menuda vieja chota la profa.
— Yo también quiero ir —levantó su rellenito brazo, y con las mejillas coloradas de la timidez. Ante la nueva interrupción, la anciana rodó los ojos e hizo una seña con su mano en señal de que se vaya, que le valía un comino mientras no molestara.
Y Beverly, con una nueva curiosidad mientras veía a Ben irse del salón, también levantó la mano.
— Yo igual necesito ir.
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