Uno

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La ciudad de Counterville estaba ofreciendo cupos para jóvenes músicos interesados en tocar en una de las mejores orquestas sinfónicas del país

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La ciudad de Counterville estaba ofreciendo cupos para jóvenes músicos interesados en tocar en una de las mejores orquestas sinfónicas del país. Convencer a mis padres de que me dejaran hacerlo fue un reto porque no estaban tan seguros, al final me apoyaron luego de algunas largas conversaciones.

«Solo debo pagar un monto y saber tocar un instrumento, sé tocar más de uno», les comenté. Estaba entusiasmado, por años estuve tan seguro de que mi vida estaría rodeada de música que ese momento no hacía más que confirmarlo.

Recuerdo haberme despedido de mis padres esa mañana. Mamá me pidió que avisara en cuanto estuviera instalado y yo asentí feliz. Porque ese había sido mi estado esa última semana, felicidad. Mis padres estaban tan orgullosos de mí que no podía estar más emocionado.

Sin embargo; no todo siempre es felicidad y todo lo que sube, en algún momento tiene que bajar.

Llegué al lugar en cuestión luego de seis horas de viaje, revisé treinta veces la hoja recortada del periódico donde leí el anuncio. Esa era la dirección, pero en ese lugar no había ninguna oficina. Llamé y llamé, nadie contestaba. 

No entendía cómo me había dejado engañar tan fácil.

Lo confirmé en el momento que le pregunté a alguien de la oficina contigua si sabía dónde estaban, él me dijo que nadie había ocupado el lugar en meses. No había nadie y la compañía no existía. 

Un monto de dinero y tocar un instrumento, ¿cómo no lo había pensado?

—¿Necesitas ayuda, chico? —preguntó el señor que me dio la información.

—No, no se preocupe. Voy a casa. —Le dediqué una sonrisa y caminé hacia la salida. 

Podría denunciarlos, pero no sabía a quién denunciar, mis padres tenían tanta esperanza en mí que no los iba a decepcionar. En mi mente pasaban ideas locas como que un productor musical me iba a ver y diría, «¡eres tú! ¡quiero que estés en mi productora!» y todos mis sueños se cumplirían; pero no todo era tan fácil.

Dormí dos noches en un parque abrazado a esa mochila, lo único material que tenía eran mis ahorros, ropa, una armónica y un recipiente con galletas que mamá había preparado para el viaje. Cuando me di cuenta que los hoteles eran tan costosos que ni mis ahorros cubrían una sola noche, decidí hacer algo. No me dejé vencer; siempre supe cómo solucionar mis problemas solo y así seguiría.

Caminando por ahí, encontré a un amable vagabundo apodado como «Brutus» me contó que había un refugio cerca y si me daba prisa, podía encontrar un lugar para dormir.

Una semana después, conseguí trabajo como mesero de un bar asqueroso que al menos cubría el poder rentar una habitación en las afueras de la ciudad.

—Hijo, ¿te tomó tres semanas viajar hasta allá? —Mi padre bromeó desde el teléfono.

—¡Yo también quiero hablar con mi bebito! ¿Cómo estás? ¿Estás comiendo? ¿Duermes las ocho horas completas? ¿Ya estás trabajando? ¿Cómo te va? ¡Cuéntanos todo!

Luces, música y acciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora