XXXIX

6.6K 774 58
                                    

—Ya conoces mi patética vida de drogadicto, ahora cuéntame la tuya —sonrió.

—De acuerdo, pero es aburrida. Mis padres eran evangelistas, eran misioneros. Son personas que viajan a diferentes partes, llevando la palabra de Dios.

—Ahh, ahora entiendo porque tú papá me odió cuando llegué a tu casa y dije que era tu novio —rio—. Padres religiosos, y la hermosa princesa, metiéndose con un malandro lleno de tatuajes, piercing, y lo peor que pudiera existir.

Ella río y negó con la cabeza, dándole un beso corto en los labios.

—Mi papá siempre fue muy recto, no como mi mamá, ella era más flexible. Ella siempre pensó que las personas necesitan una segunda oportunidad, que pueden cambiar, que a veces sólo necesitan a alguien que los encamine.

—Por eso tu mamá es tan buena conmigo —sonrió suavemente.

—Así que yo crecí en ese mundo religioso, lleno de reglas y prohibiciones, hasta a qué los diecinueve me revelé, y les dije que esa no era mí religión, mucho menos mí elección de vida. Yo no quería ser como ellos, porque no era feliz. Y a muy duras penas, lo aceptaron, aunque yo quedé con las "secuelas" de su crianza.

—Mm, por eso tan tímida —sonrió travieso, apretándole una de sus nalgas, haciéndola reír bajo.

—Yo quería ir despacio, conocernos, saber si realmente me gustabas, y tú me pasaste por encima, Sebastien. Tú querías todo ya, era como si ambos estuviéramos en una carrera, en una competencia. Nos hicimos novios a las pocas semanas de conocernos, tuvimos sexo a los dos meses de ser novios, y a los cuatro meses de relación, quedé embarazada. Nuestra relación no caminó, corrió simplemente, estrellándonos a ambos contra la realidad de la convivencia, y tus vicios. Y yo era muy jovencita, no supe cómo lidiar con toda la situación. Y no quería estar embarazada, no quería estar pasando por eso, te tenía miedo a ti, a lo que vendría después cuando el bebé naciera, a todo.

Él la miró afligido, y la abrazó.

—Perdón.

—Si hubiera tenido más fuerza, te habría internado en el centro de rehabilitación. Pero no lo hice, también te abandoné a ti, a nuestra relación. Te dejé solo, y tú me necesitabas también, pero yo sólo podía pensar en nuestra hija, en sacarla de ese mundo, y salvarla. Hicimos los dos las cosas mal, ya no quiero que te culpes por lo que pasó, porque yo también me equivoqué y fallé.

—Sí, pero-

—Pudimos superar eso, es parte del pasado. Y prefiero quedarme con el presente, dónde podemos hablar como dos adultos, dónde nos entendemos.

—Tal vez sólo nos faltaba tiempo para madurar y crecer —le dijo en un tono bajo, abrazándola con ambos brazos.

—Sí, creo lo mismo —sonrió cerrando los ojos, buscando su cuello para darle cortos besos—. Y cómo me calientas ahora maduro.

—¿Te caliento? Yo creo que te mojo en realidad —sonrió travieso, acostándola sobre él para masajearle el trasero con ambas manos.

—Sí, mucho también —sonrió dirigiéndose a su boca, para besarlo lentamente, disfrutándolo.

Y eso que sólo iban a pasar la noche "abrazados".

***

Bostezó saliendo de su cama, moviendo sus orejitas, y abrió la puerta de su habitación. Fue hasta la de su mamá, y al intentar abrir la puerta, se encontró con que estaba cerrada.

—¿Ma? ¿Estás ahí? ¿Por qué está cerrada la puerta?

Sebastien abrió los ojos, y vio Charlize durmiendo abrazada a su cuerpo, desnuda.

—Charie, despierta —murmuró sacudiéndola despacio.

—¿Qué pasa? —le preguntó adormilada.

—Giselle.

—Está durmiendo —le dijo acomodándose contra él.

—Ma ¿Con quién estás? —preguntó la niña golpeando la puerta.

—Demonios —susurró la castaña al escuchar a su hija, antes de sentarse en la cama—. Cariño, ya salgo.

—¿Con quién estás, ma? ¿Por qué la puerta está cerrada?

—Con nadie, mi amor, sólo, estaba... Eh...

—Meditando —le susurró Sebastien, subiéndose el pantalón.

—Yo no medito —le dijo ella en un murmuro, tomando una camiseta.

—Ahora sí.

—¿Mamá?

—E-Estaba meditando, cariño, en un momento salgo.

Lo vio a Sebastien reírse en silencio, y le tiró con una almohada.

—De acuerdo.

—Ve buscando las cosas para desayunar, hija.

—Está bien.

Esperó a que su hija se alejara de la puerta, y se acercó a Sebastien, que ya estaba completamente vestido.

—Eres un mentiroso compulsivo.

—¿Qué? Pero si siempre te estoy salvando —rio.

—Con mentiras tontas, como la de la cama que me caí.

—Y cómo le ibas a explicar a la niña que no podías caminar, ¿por estar pidiendo toda la noche que te den duro?

—Mejor no digas más nada ya, y cuando yo salga, espera a que llegue a la cocina, y recién ahí sal de la casa ¿De acuerdo?

—Bien.

Ella lo miró y luego le dio un suave beso, antes de abrir la puerta, y quedar los dos paralizados.

—¿Papá durmió contigo? —preguntó Giselle, antes de sonreír.

...

Sin míDonde viven las historias. Descúbrelo ahora