35.- Fantasmas perdidos

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En una noche despejada como sea, con la luna brillando esplendorosa, hubiera sido una ocasión ideal para hacer algún ritual, o tal vez salir a beber algo

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En una noche despejada como sea, con la luna brillando esplendorosa, hubiera sido una ocasión ideal para hacer algún ritual, o tal vez salir a beber algo. Grace no era de las que buscaba la fiesta y el ruido, disfrutaba de las noches tranquilas en casa. Y aún así siempre se adaptaba, si Amicia quería salir, ella no se negaba y disfrutaba la noche a su lado. Pasó por su mente que quizá ese hubiera sido un mejor plan, salir y despejarse, beber y olvidar lo que estaba viviendo. Pero en verdad se sentía agotada, le dolía la cabeza y no quería arriesgarse a salir y que Abish vuelva a encontrarla. Odiaba tener que esconderse, pero era así como tenía que ser.

Aunque eso tampoco era cierto. Era lo que prometió, el sacrificio. No era lo que el Dán quería, pues si hubiera sido de esa forma jamás el espíritu las hubiese marcado. Todo cambiaría para siempre, ya no tenían opciones. No podía creer que habían pasado tantos años y que de pronto las cosas que creyó seguras no lo eran más. ¿Cómo podría ayudar a Abish? Ni siquiera podía acercarse a ella sin causarle dolor, por eso la evitó por tantos años. La única solución era romper el sello, y no había nadie ahí para hacerlo. Salvo por Aurea, pero la muchacha no estaba preparada para una hazaña como esa.

—Cariño, bebe esto.— La voz de Grace la despertó de aquellos pensamientos que la torturaban, que la hacían sentir como si el pecho fuera a estallarle de pura ansiedad. Hace un rato, cuando tocó una cucharilla, la puso al rojo vivo. Ya no era la niña que incendiaba todo cuando se dejaba dominar por la ira, pero una parte de ella siempre viviría en su interior. Por eso a veces le pasaba, calentaba y quemaba cosas con un simple roce. Amicia tenía mucho autocontrol, pero esa noche su mente parecía vagar en un limbo indescifrable de confusión y miedo.

—No... no te acerques mucho —le pidió, sintió su voz temblorosa. Obedeciendo a sus palabras, Grace puso la humeante tasa de té en un extremo de la mesilla—. No quiero tocarte y lastimarte.

—Sé que jamás lo harías.

—Hoy no sé qué me pasa —dijo, y suspiró agotada. Cogió su taza despacio y bebió. El líquido caliente a ese punto podría quemar la garganta de cualquiera, incluso dejar quemaduras en la lengua y labios. No para ella. Las de su clase no le temían al fuego y sus consecuencias, al menos no para ellas mismas. Siempre, aunque no quisieran aceptarlo, vivían con el terror de hacer daño a los demás. A lo que más amaban.

—Bebe con calma —le pidió con dulzura Grace—. Es un té relajante, dentro de poco podrás descansar, eso es lo que necesitas. Prepararé la cama para ti.

—Gracias, amor —contestó sonriendo de lado. El té de Grace era de los mejores. Nunca lo comentaba delante de Margaret pues esta diría que le iba a robar el negocio, pero como miembro del aquelarre Fáthlia era obvio que las yerbas eran su especialidad.

—Tranquila, ya regreso.— Haciendo caso omiso de sus advertencias, Grace se acercó a darle un beso en la frente. Amicia contuvo un instante su respiración, temiendo que su piel estuviera muy caliente. Y, por suerte, no pasó nada—. ¿Lo ves? Tú nunca podrías dañarme.

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Where stories live. Discover now