53.- La llegada de la luna

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Pensó que tendría un vestido negro, porque el negro combinaba con todo

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Pensó que tendría un vestido negro, porque el negro combinaba con todo. O al menos eso había escuchado por allí, cosa que en verdad nunca le había importado. No solía prestarle atención a la combinación de los colores, pero admitía que su vida se había marcado por un frío gris, el verde pálido y el blanco. El rojo de la sangre no contaba, pues no se trataba de un complemento decorativo, sino de marcas de trabajo.

Y rojo era justo el color que había escogido Aurea para ella. Insistió que con el color rojo se veía maravillosa. La hizo probarse algunos vestidos que la incomodaron y con los que apenas pudo caminar, pero al final la bruja encontró uno con abertura a los costados que le daban mayor flexibilidad. Abish incluso pensó que debajo de la falda, en una cinta negra, podría llevar un arma y municiones. Así como Aurea no podía salir sin su collar con el cuarzo blanco y el agua sagrada, la cazadora no podía ir por la vida sin un arma. Una pistola y un cuchillo, eso era básico.

Por suerte la cosa esa no tenía corsé, llevar el vestido ya era suficiente tortura como para empeorarlo más. Y bueno, después de tantas pruebas y bufidos de molestia de su parte, el vestido aquel le acabó agradando. Supuso que se veía bien. Y si Aurea, la bruja Fiurt más materialista y a la moda de todo Etrica decía que estaba divina, entonces debía de estarlo. Solo tenían que hacer unos ajustes al vestido, por lo demás no había que preocuparse. Los zapatos los habían incluido, y en cuanto a maquillaje y esas cosas, Sam se encargaría. Al menos eso dijo.

Por varios días Abish evadió ese momento, pero ya no pudo evitarlo. Sobre todo porque la maldita Gala en beneficio a los cazadores era ese mismo día. No podía llegar vestida para matar, en un sentido literal, a un evento así. Y como Aurea se presentó esa mañana en la Academia dispuesta a no dar su brazo a torcer y llevársela de compras, solo dejó que la otra tomara las decisiones en cuanto a su vestimenta hasta que logró sentirse cómoda.

—Ya cambia esa cara —le insistía Aurea animada—. Si estarás hecha una diva. Abish, por favor, debajo de los trapos que te pones tienes tremendo cuerpo, hay que lucirlo —decía caminando alrededor de ella mientras la ayudaba a quitarse el vestido—. Trasero firme, piernas duras, tus senos son más grandes que los míos, ¿qué más quieres que te diga?

—Nunca necesité de estas cosas antes —murmuró. Le había quitado el vestido con cuidado, pues la costurera había dejado la marca de lo que iba a remendar. Aurea se lo tendió a la persona encargada, y esta las dejó a solas dentro de ese amplio vestidor—. No creo necesitar un vestido ni mostrar mi cuerpo. —Eso sin mencionar que en realidad ella no se sentía hermosa ni nada de eso. Siempre le dio igual todo ese mundo de vanidad.

—Ya sé —contestó la bruja—. No te digo que te vistas de infarto para verte linda, siempre lo has sido. Eres guapa y no lo aceptas, eso está terrible.

—¿Soy guapa? —Aurea asintió convencida de inmediato. 

Y bueno, ella como que empezó a enrojecer. Porque frente a ella sí que estaba una bruja hermosa que no necesitaba esfuerzo para verse divina de cualquier forma. ¿En serio pensaba eso de ella?

Memorias de Xanardul: Las escogidas [#1]Where stories live. Discover now