1. El Maestro

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¿¿ A dónde vas?? ¡Vuelve aquí, subnormal, gorda apestosa! ¡No puedes irte!

Corrí. Tan fuerte como pude. Para no volver. No miré atrás, lo dejé todo atrás. Mis documentos, mi vida. Todo lo dejé atrás, y esa fue la última vez que me llevé un golpe, o un insulto de ellos. Aquella noche, la pasé en las calles, vagando, escondida, para que nadie me viera, entre el silencio, y los murmullos que se oían en la noche. La verdad no temo a la muerte, porque es la mejor aliada en el mundo de los desamparados. Estuve vagando, durante días, por las calles, con cuidado de que nadie me viera. Era terrible el punzante frío que pasaba en esas noches, las lágrimas de rabia, de lo que estaba pasando, de todo lo malo, pero aún así, sentía paz.

No quería nada más que estar tranquila. Aún me dolían los golpes en la cara de la otra vez, pero estaba tranquila. Las peores heridas son las que no se ven, eso está claro. Me dedicaba a buscar entre la basura, así conseguí algunas cosillas, para poder dedicarme a limpiar cristales, a cambio de lo que me dieran, algo era algo, buscando por aquí, por allá, encontré algo con que taparme, con qué acurrucarme. Cuando no limpiaba, me iba a leer, era mi mundo, la biblioteca era enorme, ¡Cuántos libros tenía! De todas las clases, categorías, colores, épocas, olores, era una dimensión paralela. Me servía para olvidar toda la mierda que había dejado detrás. Encontré la sección de misterio, ¡Había libros de ocultismo! Me perdí en esos libros, en ese mundo, donde hablaban de la hipocresía de dios, de cómo abandonó su creación a su suerte, de cómo era justo para los malvados e injusto para los desamparados, empecé a leer aún más, a comprender más todavía, siempre me gustó ese tema pero ahora, eh, ahora era más profundo el calado, en mi alma.

Y que nadie me venga con esa historia de que "es la voluntad de dios". Si hay algún dios, hace tiempo que prefiero a Lucifer.

En una de las páginas, se hablaba de invocar una deidad. Yo había oído hablar de esa deidad y de los pactos, y del alto precio a pagar, era un ser poderoso, pero justo, un pensamiento, me cruzó la mente, ¿Debía hacerlo? ¿Por qué no? Pero debía irme ya. El tiempo corría, así que pedí papel y lápiz para apuntar. Pero había un problema. No tenía un céntimo. Mierda. Bueno, apunté lo que necesitaba, y me largué, al aseo, me miré de arriba abajo, buscando algo de valor.

Oh sí, eso serviría, olvidé que lo llevaba puesto. Un anillo que me regalaron, años atrás, con la letra inicial de mi nombre. Eve. Bien, me dirigí a la joyería, donde por un módico precio, veinte dólares, me lo compraron. Bueno algo es algo, fui al súper, a comprar algo de comida, y lo que me hiciera falta. No tenía nada que perder, y mucho que ganar. Los ingredientes, sal, velas, y un cuchillo afilado.

Me fui a las afueras, me llevó todo el día caminando, al final del día, me escondí en una vieja fábrica abandonada, con cuidado de que no hubiera nadie allí. Me puse en una de las estancias, humedecidas por el moho, en las más absoluta oscuridad, me guiaba con una de las velas, con el cuchillo en mano, y la respiración acelerada, mi corazón se me salía del pecho, llegué a una bien grande, puse las velas, tracé un circulo con sal, y me dispuse a rajarme la mano, con cuidado, para derramar la sangre necesaria sin lastimarme demasiado.

-Oh, tú, justo entre los justos, tú, que eres la oscuridad, que no temes a la sangre, que manejas las sombras como si fueran parte de ti, tú, en la roja oscuridad, yo te invoco, esta pobre pecadora ofrece su sangre a cambio de servicios. Oh, Alastor. Yo te invoco, ¡Oye mi llamada!

No ocurrió nada.

-¿Enserio? De verdad soy gilipollas. Pero de marca mayor. En fin. Recogeré, esto, me vienen bien estas velas para los próximos días.

Rompí el círculo de sal, y en ese momento, se apagaron las velas, una ráfaga de viento me tiró al suelo, y caí de espaldas, vi, como todo se ponía en rojo, me asusté muchísimo, pero en ese momento, surgió una silueta de la nada. Un hombre, vestido elegantemente de rojo, figura estilizado, parecía joven de unos treinta y tantos, con una sonrisa que me heló la sangre. Yo seguía en el suelo, sin moverme.

El Maestro.Where stories live. Discover now