❝Estamos del otro lado, la pantalla somos nosotros y nosotros somos la televisión. Reza por las astillas, reza por tu miedo, reza por tu vida que fue solo un sueño... Reza porque el hombre que amaste es el monstruo al que le temes❞
═.✵.══════════ One by one Only the good die young They're only flyin' too close to the sun We'll remember Forever ══════════.✵.═
➳no one but you - queen
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London, May 1986
Mi nombre es Aida Campbell. Soy una mujer ordinaria de treinta años... O los restos de aquella que fui alguna vez. Ahora no soy nada más que tristeza.
Seguramente me conocen y se preguntaran por qué estoy narrando esto. La respuesta es simple; sólo quedo yo, junto a los pedazos rotos del suelo de la sala y mis recuerdos con Roger Taylor.
Ya no hay un nosotros que relatar, sólo que recordar, y ustedes conocen más que nadie nuestra historia, y memorias.
Memorias que guardo en aquella pequeña caja que suele llevarme a él y me transporta a su lado cuando admiro en las fotografías sus preciosas esferas azules, brillando enormes y felices, que no dejan de mirarme con amor.
Lo besó sobre su sonrisa autentica y me abraza con su suave cuerpo cubierto de esas camisas que a él le quedan pintadas.
O así me siento cuando las visto, porque sí, aún las uso. Es la única forma que encontré para sentir una vez más su aroma a tabaco y menta, que les juro extraño olerlo trasminarse por toda la casa.
Debo confesar que a pesar del largo transcurso de los años aún lo amo como la primera vez que lo oí pronunciar aquellas significativas palabras de sus finos y rosados labios ¡Cuanto extraño sus finos y rosados labios!
Cuanto te extraño a ti, Rog. Con cada uno de mis recuerdos, con cada sector que tocaste de mi alma, de mí, de lo que fui y contigo te llevaste.
—Aida, cariño ¿No crees que ya es tiempo de desempacar esto?
Preguntó mi compañero de trabajo e íntimo amigo Ethan Hutton.
Como él, yo también miré la improvisada mesa de cajas al costado de la sala, junto a la pared, que llevaba inmóvil allí exactamente seis años.
Negué con la cabeza, si decía una sola palabra mi voz se rompería.
Sin embargo, articule como pude en un doloroso hilo de voz que me lastimó la garganta:
—No puedo. Ahí estuvimos juntos por última vez.
No sé qué resto de mi interior se terminó de destrozar, pero lo oí estrellarse entre mis pies sobre el suelo, y de inmediato la tristeza pellizco mis ojos, llenándolos de la poca agua que me queda por derrochar.
