➼ quince

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Capítulo quince:
La nota.

Escuchaba lejanos los retos de mi padre por emborracharme a tan temprana edad. Lo único que hacía en estos momentos era pensar en el montón de estupideces que le había dicho a Gilbert. Había cometido el error más grande de toda mi vida al comportarme como una estúpida borracha descerebrada. Mi labio temblaba por las inmensas ganas de llorar que sentía. Lo había perdido por completo, había perdido finalmente a la persona que amaba. Ahora él se iba a casar con Winifred, y yo sería la profesora aburrida que nunca pudo vivir una verdadera historia de amor.

─¿Me escuchaste, Pauline?─ preguntó mi padre al ver que tenía la mirada perdida.

─Si─ mentí sintiendo mis ojos cristalizarse─. Sé que mis acciones fueron indebidas, y te juro que nunca estuve tan arrepentida en mi vida─ me levanté, dejando el desayuno por la mitad─. Acabo de perder la última esperanza que tenía con Gilbert por eso. Soy un completo desastre.

Luego de eso me encerré en mi habitación. Me metí en mi cama, tapándome hasta la cabeza. No tenía ganas de salir, ni de pensar, ni de ver a nadie. Solo necesitaba a alguien que me dijera todas las verdades a la cara una vez más, como lo hizo Aaron miles de veces.

Y se equivocó. Gilbert Blythe no era para mi. Absolutamente nadie lo era. ¿Pero qué esperaba yo exactamente? ¿Que al final pudiéramos estar juntos? Si tenemos distintos destinos, era claro que iba a suceder algo así.

¿Qué haría ahora? No tenía otra opción, solo quedarme en mi cama por el resto del día, pensando en lo estúpida y ciega que era. No tenía a nadie que me hiciera darme cuenta de que así son las cosas, solo un padre distante, una tía loca y dos hermanos que aún no podían hacer todo por sí solos. Estaba completamente sola en el mundo porque ni siquiera Anubis podía decirme qué hice mal en la vida para que me fuera tan pésimo en el amor. Solo yo tenía las respuestas, ¿pero cuáles eran? Claro, cobardía. Desde un principio debí decirle todo a Gilbert, antes de que se fuera en aquél barco y todo cambiara drásticamente.

─Pauline─ oí la voz de mi tía. Sentí sus pasos acercándose pero aún así no me moví─, ¿qué sucede?

─Lo arruiné todo─ murmuré debajo de las sábanas─. Amo a Gilbert con toda mi vida, pero lo he distanciado y esa vez es para siempre.

─¿Qué le dijiste?

Sentí como el colchón se hundía un poco, dándome a entender que se había sentado a mis pies. Destape mi cara antes de arreglar mi cerquillo que se había despeinado. Ella me miraba de una manera tranquilizadora, pero no dejaba de verse preocupada.

─Le dije que se casara con Winifred─ mi voz tembló y me odié por eso─. Pero lo peor de todo es que también le dije que tuvieran treinta hijos. ¿Sabes lo qué es imaginarme a un montón de Gilberts rubios? Obviamente no, porque tu nunca cometerías la estupidez que cometí yo.

─Escúchame─ pidió con firmeza─. Si de verdad lo amas, y si en serio te arrepientes, ve a buscarlo. Aún hay tiempo para arreglar las cosas. Dile todo lo que sientes, explícale que cuando dijiste aquellas palabras estabas más que borracha, y sobre todo bésalo como si no hubiera un mañana.

─¿Y si me rechaza?

─Dices puras locuras, niña─ exclamó─. ¡Corre, Pauline! Caza a ese muchacho de una vez.

Asentí sentándome para calzarme. Una vez que ya estuve lista, bajé lo más rápido que pude hacia la salida. Miré por última vez a mi tía, quien casi me pega una patada por no salir de una vez, y comencé a correr hacia la casa de Gilbert.

« Corre, maldita estúpida, corre », repetía mi subconsciente una y otra vez.

Jamás me importó sentir dolor debajo de las costillas, ni sentir mi garganta dolida de respirar por la boca. Al estar a unos metros de la casa del castaño, me detuve para tomar aire. Caminé, escuchando mi respiración agitada, y toqué la puerta. Me recibió una mujer, seguramente era la madre de Sebastian quien había venido a Avonlea para ayudarlo con la pequeña Delphine.

─¿Puedo ayudarte?─ preguntó con un tono no muy amable, pero aún así sonreí.

─¿Usted es la madre de Sebastian? Un placer conocerla, soy Pauline Roberts─ asintió. No parecía estar acostumbrada a los buenos tratos de parte de blancos─. ¿Se encuentra Gilbert? Necesito hablar con él.

─Lo siento. Salió hace un momento─ dijo con intenciones de cerrar la puerta.

─¿Podría decirle...─ hice una pausa al darme cuenta de que así no estaba bien─. Mejor no, debería decírselo yo. ¿Puedo pasar a dejarle una nota?

─Bien─ suspiró.

Entré rápidamente para buscar alguna hoja y una pluma. La señora Lacroix me miraba extrañada, pero aún así me dejó escribir. Me avisó que iba a atender a Delphine y yo le dije que lo hiciera tranquila.

Me tomé un momento para pensar qué poner. ¿Confesarle todo por papel? No me parecía la mejor manera, pero quizá era la única.

"Querido Gilbert:

Lamento haberme comportado como una gran estúpida ayer. Me había pasado de licor, y digamos que mi mente no estaba funcionando tan bien. Ahora que estoy completamente cuerda, te pido perdón.

Por favor, necesito hablar contigo en persona. ¿Podrías ir a casa?

Te quiere,
Pauline"

Doblé la hoja a la mitad para escribir: "Gilbert Blythe" de un lado. La puse debajo de un florero, cosa que al llegar la pudiera ver y no volara por el viento.

•••

Ya habían pasado un par de horas y aún no habían rastros de él. Quizá no había regresado a casa, o quizá mis palabras no fueron suficientes. Tal vez no había aceptado mis disculpas y ahora aquella nota que escribí estaba en pedazos.

El ruido de la puerta siendo cerrada bruscamente me sacó de mis pensamientos. Unos pasos apresurados se oyeron en las escaleras, luego en el pasillo, y finalmente mi puerta se abrió.

─Pauline─ exclamó Diana corriendo a abrazarme.

─¿Diana? ¿Qué sucede?─ pregunté desconcertada.

─Gilbert. ¡Le pedirá la mano a Winifred!─ gritó exasperada.

─Lo sé─ murmuré asintiendo─, y es mi culpa. Ayer le dije que lo hiciera, no sabía lo que decía. Fui a su casa pero como no estaba le escribí una nota para que me buscara cuando llegara a su casa.

─¿Y crees que la haya leído?─ preguntó sentándose a mi lado.

─No lo sé, espero que no porque ya han pasado unas cuatro horas─ suspiré─. ¿Cómo te enteraste?

─Fue a casa para hablar con mi padre sobre un tema de negocio de las manzanas, que serán exportadas a Inglaterra cuando estén cosechadas─ explicó─, y le mostró a papá el anillo con el que le propondría matrimonio a Winifred. Era el de su madre.

─Entonces creo que ya todo está perdido.

Mi vista viajó hacia la ventana donde se podía ver todo el campo y el bosque a unos metros. Diana pasó un brazo detrás de mi espalda para abrazarme. Yo copié su acción, sintiendo unas ganas inmensas de llorar.

Estúpido Paul y su licor.

SOLO AMIGOS | g.b ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora