➼ epílogo

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Aprender a soltar es algo que para la mayoría no es nada fácil. Más cuando debemos dejar ir a una persona importante en nuestras vidas. Pero es algo necesario. Lo principal es que recuerdes que quien amas no se va del todo, siempre te acompaña, te protege. Eso Pauline y Gilbert lo tenían bien claro, pero fueron incapaces de aceptarlo cuando Julie Blythe llegó a sus vidas y al día siguiente se marchó. Quizá fueron las veinticuatro horas más felices de la pareja, y también las más marcadas.

La más afectada fue Pauline, quien no tuvo un embarazo sano y sabía los riesgos que le daría concebir. Aún así se arriesgó porque quiso, porque ser madre no era una obligación para ella sino que era un sueño. Por esa razón trato de que su hija tuviera las mejores únicas horas de su vida, a pesar de que solamente fuera una bebé.

Un año más tarde logró quedar nuevamente embarazada, y esta vez nació un niño al cual llamaron Aaron Blythe. El pequeño logró crecer saludable, contagiando a todos con su espíritu alegre y aventurero. Un joven castaño de ojos azules brillantes que siempre le sonreía a quienes cruzaba. Había heredado la caballerosidad de su padre y la manera de pensar de su madre. No era un secreto el hecho de ser un niño muy guapo con miles de amigos a su alrededor.

Aaron había traído consigo la felicidad de sus padres, la que se había ido junto a Julie. Aún así la pequeña estaría siempre en los corazones del matrimonio Blythe.

─Hay muchos niños─ dijo el niño antes de voltear hacia su madre con una expresión de miedo─. ¿Y si me quedo en blanco frente a la maestra?

─No debes preocuparte por eso, cielo, solo sé tu mismo y diviértete─ aseguró Pauline con una sonrisa.

Aaron asintió antes de ver a su padre, quien sonreía con orgullo ya que su pequeño ya iba a comenzar su tercer año en la escuela. El menos abrazó a ambos antes de entrar a clase y perderse entre la cantidad de niños que también entraban.

Gilbert miró a su esposa con una sonrisa que se borró cuando la vio soltar una lágrima.

─Está creciendo rápido─ dijo ella antes de morder su dedo pulgar.

─Siempre hay lugar para uno más─ bromeó él ganándose un golpe de Pauline.

Ambos entrelazaron sus manos para comenzar a caminar hacia la cabaña que habían construido cerca de la entrada del bosque. Era un lugar tranquilo, no muy lejos del hogar de los Roberts, donde ahora vivía Ellie junto a Miles, y cerca de la casa donde residían Sebastian, Delphine y la señorita Stacy.

En el camino no podían evitar pensar en todos los obstáculos que pasaron hasta llegar a ese momento, donde todo por fin comenzaba a ser tranquilo y la felicidad que merecían por fin aparecía. Tuvieron un montón de problemas que con el paso del tiempo se arreglaron, ahora solo eran manchas del pasado que dejaron eseñanzas. En la vida se pierde gente importante, pero también se las gana. Esa es la razón por la que tenemos que disfrutar de las personas que nos rodean. Pauline y Gilbert entendían bien eso, por eso trataban de estar siempre juntos. Si había un problema, lo resolvían. Si uno caía, el otro lo ayudaba a levantarse y luego reían de su torpeza.

Era un amor que nadie podría romper, de esos que casi no habían, donde la confianza era plena y los momentos en familia eran únicos con John, quien ya había comenzado la universidad; con Ellie y Miles, quienes ya tenían a un bebé en camino; con Bash, Delphine y Stacy, y con Anne y Roy. Todos finalmente eran felices con sus comidas realizadas los domingos cada dos semanas.

─¿Qué hacemos ahora que Capitán Aary no está?─ preguntó Gilbert poniendo las manos sobre las caderas de Pauline y sonriendo con sus cejas levemente alzadas.

─Limpiar la casa, obvio─ contestó fingiendo que no había captado las intenciones de su esposo.

La sonrisa de Gilbert fue cambiada por una expresión de desilusión. Pauline soltó una carcajada al verlo bufar e irse a buscar una escoba.

─Ven aquí, Romeo─ lo llamó con diversión.

Si, por fin eran felices y ya nadie los iba a separar.











(final original)

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