EPÍLOGO

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—Bien novatos, llegó la hora de la verdad. No creáis que por estar dentro se acabó, si creíais que las pruebas eran duras, lo que os espera acabará con vosotros, yo acabaré con vosotros y os exprimiré al máximo, quiero dos filas, ¡ya!

—¿Es que acaso haces el mismo discursito todos los años? —reí apoyando mi codo en su hombro.

—Es útil —se defendió Seth pasando su mano por mi cintura— el año pasado deberías haber visto tu cara de terror.

Abrí mi boca ofendida.

—¡Yo no estaba asustada de ti! —exclamé aunque por dentro me moría de ganas por reír.

—No mientas nena —me sacó la lengua y echó un vistazo a los nuevo soldados— estabas acojonada.

Rodé los ojos dedicándole un pequeño empujón.

—Claro que no, solo estaba un poco nerviosa —aclaré con orgullo— pero segura de mi misma, como siempre.

Picoteó mi costado izquierdo con sus dedos para provocarme cosquillas pero me aparté enseguida recordando que seguíamos en frente de los nuevos soldados.

—Para, tonto —susurré.

—¿Quieres explicar tú la prueba? Tienes que practicar si quieres estar conmigo de entrenadora con los nuevos —me guiñó un ojo y me adelante.

—Está bien, os enseñaré en que consiste la prueba —declaré— dos equipos, solo uno gana. ¿El ganador? Entra en el ejercito. Y el perdedor... Os lo podéis imaginar.

—Pero sin presiones —concluyó Seth al ver todas las caras de pánico.

—Soldados, empecemos...

Con el silbato en la boca, di la señal de comenzar. Hace unos meses había decidido, junto nuestros superiores, que entrenaría este año a los novatos.

Había pasado un año desde que conocí a Seth. En este tan corto periodo de tiempo ya estábamos viviendo juntos en su apartamento y saliendo oficialmente como pareja. Seth por fin había abierto su exposición de arte en el centro de Londres donde había contratado a Oliver, el sobrino de Clennan, como secretario y organizador de eventos. Aunque solo estaba en los veranos. Para las épocas de invierno, cuando la nieve caía y Oliver se encargaba de la tienda de Clennan, Colette era nuestra secretaria. Recuerdo el primer día cuando Oliver empezó a trabajar, el celoso de Seth hizo entender sin pelos en la lengua que yo era su novia y él, mi novio y no había más. Oliver divertido solo asintió conforme y yo no podía estar más avergonzada.
Por otra parte, Jandiara se había mudado al que anteriormente era mi apartamento y el que ahora compartía ella con Nidia. Era la pareja más perfecta que había visto en mi vida y aunque a veces discutían, se hacía notar esa complicidad que tuvieron desde el primer encuentro. Además, Nidia había empezado a estudiar diseño de moda y estaba muy contenta por ello. Ray, por otro lado, seguía viviendo su vida de soltero con encuentros casuales y estaba igual de feliz.
El padre de Seth, Adler, tras enterarse del trato de Yardley hacia su hijo y al ver cómo había cambiado su esposa tras su desaparición, decidió vivir su vida sin ella y ahora mismo vive en un apartamento no muy lejos del nuestro en el que, todos los domingos, nos reunimos para cenar y para que padre e hijo tengan el contacto que merecen.

En cuanto a mí, fue difícil superar lo vivido hace unos meses, al igual que para otros soldados. Yo misma me había encargado de comunicarle la noticia a la familia de Brent, aunque Seth se oponía por mi salud mental. Fue horrible ver como la cara de la abuela de Brent se descomponía y su corazón se resquebrajaba. A partir de ese momento, cada semana, o por lo menos las que podía iba al cementerio donde estaba la tumba de Brent y la de Aluuh, a dejar bonitas flores.
Además, me había sacado de una vez por todas el carnet de conducir, aunque según Seth, soy un peligro al volante.

—¿En qué piensas? —sentí unos brazos rodear mi cintura mientras la cabeza de Seth se apoyaba en mi hombro cuando llegamos a la exposición de arte.

—En el camino hasta ahora —me dio un beso en la mejilla y me guió hasta un cuadro que no había visto nunca.

—¿Te gusta? —en la foto había una preciosa pintura de una pareja abrazada pintada con colores llamativos y con la técnica del impasto, técnica que Seth utilizaba de forma usual. Alrededor de la pareja los colores se volvían más oscuros, rozando el negro— es el camino hasta ahora.

—Me encanta —sonreí al ver el nombre del cuadro e instantáneamente me di cuenta de lo feliz que era con este hombre— amor y pólvora...

FIN.

AMOR Y PÓLVORAOù les histoires vivent. Découvrez maintenant