Acepto

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Yibo término el último punto pendiente de la agenda del día, devolvió el documento a la carpeta correspondiente y apoyó los codos en la mesa para mirar el periódico.

Había vuelto a leer la noticia al regresar a su oficina. Una fuerte crítica al impostor de la familia Wang Tuan que manejaba a las personas como piezas de ajedrez. El artículo estaba lleno de detalles sobre Han Geng, despedido una semana antes por haber eludido una importante reunión para asistir a una competencia deportiva de su hijo.
La prensa se había encargado de publicar el asunto, pues Han había denunciado ser objeto de discriminación laboral. Para Yibo no había nada discriminatorio en despedir a un empleado por ir al partido de fútbol de su hijo en vez de asistir a una reunión obligatoria. Por desgracia, la prensa lo había utilizado para cargar contra él y su falta de escrúpulos por la decencia humana.

Pero el artículo también decía algo interesante... ¿Podría Xiao Zhan reformarlo? La idea le provocaba gracia. Apenas tenía contacto con el. Él lo dejaba hacer su trabajo, pues lo hacía bien y no había necesidad de meterse. Por otro lado, era imposible no advertir su presencia cuando se movía por la oficina como un torrente de energía desbordada. Y Yibo tenía que admitir que sentía curiosidad. Era un ventanal a un mundo de luz y color en el que él nunca se fijaba y en el que nunca habitaría. Pero, por mucho que lo intrigaba, no era el tipo de persona a la que se le ocurriera abordar.

Al menos hasta ese momento...

¿Podrá esta persona del montón reformar al despiadado empresario?

Yibo no tenía la menor intención de reformarse, pero ¿y si dejaba que la prensa lo creyera? Podría haber exigido una retractación nada más leer la noticia... podría dejarlo correr. Que los medios cambiarán la imagen de violento sociópata que habían creado de él cuando, siendo un chico adoptado de catorce años, salió a la escena pública y todo el mundo dio por hecho que era poco menos que un criminal. Su imagen se vendió antes de que él pudiera hacer nada, y por ello nunca se había molestado en intentar cambiarla.
Pero de repente se le ofrecía una herramienta que tal vez pudiera cambiar las cosas. Se giró hacia la ventana y contempló la vista de Beijing. Aún seguía viendo la expresión de Zhan, el profundo temor y desesperación que reflejaban sus ojos. La prensa no mentía en algunas cosas sobre él, y una de ellas era su falta de sensibilidad.

Pero no podía dejar de pensar en Xiao Zhan, ni en la niña pequeña. A Yibo no le gustaban los niños y no albergaba el menor deseo de ser padre, pero él también había sido niño y huérfano y se había pasado ocho años pasando de una familia adoptiva a otra, viviendo a la gracia del Estado o de unas personas que solo le hacían daño.

¿Cómo iba a permitir que la pequeña MeiLing corriera la misma suerte que él? Aunque llegará a una buena familia, nadie podría quererla tanto como parecía hacerlo Zhan.

¿Y a él por qué debería importarle?

Era la pregunta del millón de dólares. Nunca se preocupaba por nadie. No estaba en su naturaleza.

La puerta de su oficina se abrió y entró Xiao Zhan. O mejor dicho, irrumpió con la fuerza de un viento huracanado. Llevaba una mochila verde oscuro colgada del hombro, a juego con las zapatillas que le daban un look muy casual. También llevaba unos planos bajo el brazo, junto a un gran bloc de dibujo y un mostrario de retazos de telas. Se dobló por la cintura para dejarlo todo en la silla que había frente a la mesa, estirando el pantalón sobre la curva del trasero, y se pasó la mano por su corto pelo, y un tatuaje de un dragón rojo que ocultaba bajo las capas superiores cuando tenía más largo el cabello.

Era una persona que brillaba con luz propia y no había manera de ignorarlo.

—¿Querías verme antes de que me fuera, no?

Un Amor Declarado y PersonalNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ