¿Arrepentido?

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Yibo se maldijo a sí mismo. Merecía todas y cada una de las críticas, insultos y condenas que la prensa le había dedicado. Había dejado que Zhan-Ge llevase la iniciativa, sin sospechar que el mayor no conocía los pasos de aquel baile.

Era virgen.

Debería habérselo imaginado. La mirada inocente de Zhan, su rubor, su ingenuidad respecto al poder que su cuerpo albergaba... Pero no se había percatado de las señales, o peor aún, las había ignorado. Había permitido que la parte más oscura de su alma lo dominará y borrará la poca decencia que aún le quedaba. Siempre evitaba a las citas sin experiencia y a las que no entendían que con él solo habría sexo y nada más.

La voz interior que le susurraba que Zhan-Ge era distinto fue acallada sin contemplaciones.

—Maldita sea, Zhan...

—No lo digas, por favor.

Se apartó de él y se arropó con las sábanas. En su cama. Como si estuviera pensando en quedarse con él toda la noche, algo que ninguna persona había hecho nunca. Los breves encuentros con sus amantes tenían lugar en hoteles, y como mucho duraban un par de horas.

—¿No te molesta haberme ocultado que eras virgen?

—Por favor... —sacó los brazos de debajo de la manta—. Tú no eres un villano de largos bigotes que me acaba de violar. Sabía lo que estaba haciendo.

Él se incorporó, se sentó en el borde de la cama y se pasó los dedos por el pelo. Aún no había recuperado el control por completo.

—Quería hacerlo —insistió ZhanZhan—. Me pediste que te lo dijera y eso hice. Quería acostarme contigo. Quería que fueras el primero... O no, no se trata de ser el primero. Te deseaba a ti. Fin de la historia.

—Xiao, yo no... no puedo ofrecerte nada.

—¿Quieres decir que no puedes ofrecerme más que un matrimonio temporal para que no me quiten a mi hija? ¿No puedes ofrecerme más que eso y unos cuantos orgasmos? ¿A eso te refieres?

—Zhan...

—Vuelve a la cama, Yibo.

—Yo no... —iba a decírselo. Iba a confesarle que nunca había compartido su cama con nadie. Sus amantes ni siquiera entraban a su casa. Pero las palabras se le atascaron en la garganta. Debería decirle que si quería sexo lo tendría, pero que para hacer el amor tendría que buscarse a otro. Sin embargo, por primera vez desde que podía recordar, le resultó imposible pronunciar aquellas duras palabras.

Se levantó.

—Voy al baño.

Xiao Zhan asintió, aferrándose a la manta como para demostrarle que no tenía intención de marcharse.
Yibo fue al baño, tiró el preservativo y, por segunda vez en unos días, se agarró al borde del lavabo y se miró al espejo. Permaneció así unos segundos, hasta que se dio la vuelta e intentó decidir qué sería peor, si darle a Zhan lo que pedía sin ningún propósito ni capacidad de implicarse emocionalmente, o demostrarle que con él no habría ni dulzura ni romanticismo.

Volvió al dormitorio y sintió un nudo en el pecho al ver a Zhan-Ge bajo las sábanas, de costado y con los ojos abiertos.

—Has vuelto —dijo el mayor.

—Sí.

Un escalofrío le recorrió la piel y le traspasó el corazón. Y cuanto más se acercaba a la cama, mayor era el miedo. Se detuvo para intentar recuperar el aliento. Zhan parecía una criatura angelical. Tenía los labios hinchados y enrojecidos, la piel encendida y sus avellanos ojos llenos de inocencia y esperanza, anhelando lo que él jamás podría ofrecerle. Y, sin embargo, el deseo de deslizarse bajo las sábanas y apretarlo contra él, de deleitarse con su belleza y saciar aquella imperiosa necesidad, era tan fuerte que amenazaba con dominarlo.

Un Amor Declarado y PersonalWhere stories live. Discover now