Matrimonio

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Era el día de su boda. Le resultaba extraño porque nunca había pensado mucho en aquel día, y las pocas veces que lo había hecho se imaginaba una explosión de color y brillantina, con amigos y familiares. Pero no tendría nada de eso, porque le había ocultado su compromiso a sus padres y hermanos para que todo fuera más fácil.

Vestido con su bonito pero insípido traje de lino blanco y con el pelo bien engominado, se sentía un poco triste por su falta de apoyo y por no haber imprimido su sello personal a todo aquello.
Aunque sería ridículo planteárselo como algo personal, ya que no era más que un matrimonio temporal con un hombre que no significaba nada para él.

Un hombre que era su jefe.

El hombre más fascinante y sexy que había conocido en su vida. Su amante. Aun así, no había motivos para ponerse nervioso.
Por desgracia, estaba nervioso. Y mucho. Lo estaba desde la noche anterior, cuando salió de la ducha y encontró a Yibo sentado en la mecedora, con MeiLing en brazos, cantándole una canción de cuna.

Aquella imagen hizo que algo se le desatara en el pecho. Desde entonces se sentía distinto. Y vulnerable. Respiró hondo y se agarró las solapas de la chaqueta. No tenía tiempo para distraerse. MeiLing ya estaba en la iglesia, con XiaoYu. Habían decidido incluir a la pequeña en la ceremonia porque, en el fondo, todo aquello era por ella.

Xiao Zhan esperaba que MeiLing jamás dudará de lo mucho que la quería. Aquella boda solo era un ejemplo de lo que estaría dispuesto a hacer con tal de garantizar la seguridad y felicidad de su hija. Por ella caminaría descalzo sobre las brasas. Una simple ceremonia con un traje blanco y un poco de maquillaje suave no suponían un gran esfuerzo.

—¿Señor Xiao? —la organizadora del evento, quien lo había preparado todo en el último minuto, asomó la cabeza en la sala de espera.

—¿Sí?

—Es la hora.

Zhan asintió y se encaminó a la entrada de la iglesia. Dos grandes puertas de madera se erguían ante él. Del interior salían la música y los murmullos.

—Yibo, XiaoYu y MeiLing ya están en sus sitios. Usted espere hasta que yo le haga la señal.

El mayor volvió a asentir, incapaz de articular palabra. La organizadora le dio la señal y las puertas se abrieron. ZhanZhan respiró profundamente y echó a andar por el pasillo, con el corazón latiéndole desbocado.

No le gustaba nada ser el centro de todas las miradas. Temía dar un traspié y quedar en ridículo ante un millar de personas. Continuó avanzando, lentamente, un pie detrás de otro. Sin levantar la mirada en ningún momento. La primera a la que vio fue a su pequeña Mei, en brazos de su cuidadora. Llevaba un vestido blanco con perlitas y una diadema con una flor de gran tamaño.

Al llegar al final, cuando llegó el momento de agarrar la mano del menor, levantó finalmente la vista y lo miró. Y fue como si la iglesia, la ciudad, el mundo entero se desvaneciera ante la imponente figura de Wang. El esmoquin acentuaba su esbelta anatomía y la luz de las velas realzaba sus facciones.

Lo tomó de las manos y el reverendo dio inicio a la ceremonia. Zhan logró pronunciar los votos sin equivocarse y sin que se le trabara la voz, luego de eso cada uno firmó el enlace matrimonial. Pero cuando Yibo recibió permiso para besarlo y sus labios se rozaron, se sintió invadido por el pánico y al mismo tiempo por una euforia incomparable.

Wang no solo era su jefe. No solo era el hombre que lo estaba ayudando. No era solo un marido temporal. No era solo su amante. Wang Yibo era el hombre al que amaba. El único hombre al que había amado en su vida. El hombre por quien merecía la pena correr el riesgo. El hombre que lo había hecho sentirse deseado. Y él estaba dispuesto a luchar por el menor.
A arriesgar incluso su propio corazón por la relación.
Porque lo amaba.
Sabía, no obstante, que Yibo saldría huyendo despavorido si le oía decir algo así, de modo que no dijo nada y siguió besándolo.

Un Amor Declarado y PersonalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora