-Mi nombre es Christopher Von Uckermann , o Uckermann , Si quieres, puedo invitarte a otra copa.
-No, gracias.
Por lo visto, el encuentro ahora caminaba de la manera tristemente prevista: el hombre intentaba seducir a la mujer.
-Por favor, otros dos vasos de anís -pidió, sin dar importancia al comentario de Dulce María
¿Qué tenía que hacer? Leer un aburrido libro sobre administración de haciendas. Caminar, como ya había hecho otras tantas veces, por la orilla del lago. O charlar con alguien que había visto en ella una luz que desconocía, justamente en la fecha marcada en el calendario para el comienzo del fin de su «experiencia». -¿Qué haces?
Ésta era la pregunta que no quería oír, que la había hecho evitar muchas citas cuando, por una razón o por otra, alguien se acercaba a ella (lo que ocurría raramente en Suiza, dada la naturaleza discreta de sus habitantes). ¿Cuál sería la respuesta posible? -Trabajo en una discoteca.
Ya está. Un enorme peso desapareció de su espalda, y se alegró por todo lo que había aprendido desde su llegada a Suiza.
-Creo que te he visto antes.
Dulce presintió que él quería ir más lejos, y saboreó su pequeña victoria; el pintor que minutos antes le daba órdenes, que parecía absolutamente seguro de lo que quería, ahora volvía a ser un hombre como los demás, inseguro ante una mujer que no conoce.
-¿Y esos libros?
Ella se los enseñó. Administración de haciendas. El hombre pareció sentirse más inseguro aún.
-¿Trabajas en sexo?
Él se había arriesgado. ¿Acaso se vestía como una prostituta? En cualquier caso, tenía que ganar tiempo. Se estaba probando a sí misma, aquello empezaba a ser un juego interesante, no tenía absolutamente nada que perder.
-¿Por qué los hombres sólo piensan en eso? Él volvió a meter los libros en la bolsa.
-Sexo y administración de haciendas. Dos cosas muy aburridas.
¿Qué? De repente, se sentía desafiada. ¿Cómo podía hablar tan mal de su profesión? Bien, él todavía no sabía en qué trabajaba ella, simplemente se arriesgaba con una suposición, pero no podía dejarlo sin respuesta.
-Pues yo pienso que no hay nada más aburrido que la pintura; algo detenido, un movimiento que fue interrumpido, una fotografía que jamás es fiel al original. Algo muerto, por lo que ya nadie se interesa, aparte de los pintores, gente que se cree importante, culta, y que no ha evolucionado como el resto del mundo.
No sabía si había ido demasiado lejos, porque llegaron las bebidas, y la conversación fue interrumpida. Ambos permanecieron sin decir palabra durante un rato. Dulce pensó que ya era hora de irse, y tal vez Christopher Von Uckermann o Ucker como le había dicho, hubiese pensado lo mismo. Pero allí estaban aquellos dos vasos llenos de aquella bebida horrorosa, y eso era un pretexto para seguir juntos.
-¿Por qué los libros sobre haciendas?
-¿Qué quieres decir?
-He estado en la rue de Berne. Después de decirme dónde trabajabas, recordé que ya te había visto antes: en aquella discoteca cara. Sin embargo, mientras te pintaba, no me di cuenta: tu «luz» era muy fuerte.
Dulce sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Por primera vez sintió vergüenza de lo que hacía, aunque no tuviese la menor razón para ello; trabajaba para sustentarse ella y su familia. Era él el que debería sentir vergüenza de ir a la rue de Berne; de un momento a otro, todo aquel posible encanto había desaparecido.
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Minutos
Teen FictionDulce María es de un pueblo de México. Todavía adolescente, viaja a Cancún , donde conoce a un empresario que le ofrece un buen trabajo en Ginebra. Allí, Dulce sueña con encontrar fama y fortuna pero acabará ejerciendo la prostitución. El aprendizaj...