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Fragmento del diario de Dulce  María, escrito aquel mismo día:

Hoy, mientras andábamos alrededor del lago, por este extraño Camino de Santiago, el hombre que esta­ba conmigo, un pintor, una vida diferente de la mía, ti­ró una piedrecilla al agua. En el lugar en el que cayó la piedra aparecieron pequeños círculos que se fueron ampliando, ampliando, hasta alcanzar a un pato que pasaba casualmente por allí y que nada tenía que ver con la piedra. Era vez de asustarse con la onda inespe­rada, decidió jugar con ella.

Algunas horas antes de esta escena, yo entré en un café, oí una voz y fue, como si Dios hubiese tirado una piedrecilla en aquel lugar. Las ondas de energía me to­caron a mí y a un hombre que estaba en una esquina, pintando un cuadro. Él sintió la vibración de la piedra, Yo también. ¿Y ahora?

El pintor sabe cuándo encuentra a una modelo. El músico sabe cuándo su instrumento está afinado. Aquí, en mi diario, soy consciente de que ciertas frases no son escritas por mí, sino por una mujer llena de «luz» que soy y rechazo aceptar.

Puedo seguir así. Pero también puedo, congo el pa­tito del lago, divertirme y alegrarme con la ola que lle­gó de repente y alteró el agua.

Existe un nombre para esa piedra: pasión. Descri­be la belleza de un encuentro fulminante entre dos per­sonas, pero no se limita a eso; está en la excitación de lo inesperado, en el deseo de hacer algo con fervor, en la certeza de que se va a conseguir realizar un sueño.

La pasión nos da señales que nos guían la vida, y me toca a mí descifrar esas señales.

Me gustaría creer que estoy enamorada. De alguien a quien izo conozco y que no entraba en mis planes. To­dos estos meses de autocontrol, de rechazar el amor; han dado como resultado exactamente lo opuesto: de­jarme llevar por la primera persona que me prestó una atención diferente.

Menos mal que no tengo su teléfono, que no sé dón­de vive, que puedo perderlo sin culparme a mí misma de haber perdido una oportunidad.

Y si fuera ése el caso, aunque ya lo haya perdido, yo he obtenido un día feliz en mi vida. Considerando el mundo tal y como es, un día feliz es casi un milagro.

§

Cuando entró en el Copacabana aquella noche, él estaba allí, esperando. Era el único cliente. Alfonso, que acompañaba la vida de aquella mexicana con cierta curiosidad, vio que la joven había perdido la batalla.

-¿Aceptas una copa?

-Tengo que trabajar. No puedo perder mi empleo.

-Soy un cliente. Y te estoy haciendo una proposición profe­sional.

Aquel hombre, que en el café durante la tarde parecía tan se­guro de sí mismo, que manejaba bien el pincel, que conocía a grandes personajes, que tenía un agente en Barcelona, y que de­bía de ganar mucho dinero, ahora mostraba su fragilidad, había entrado en el ambiente equivocado, ya no estaba en un román­tico café en el Camino de Santiago. El encanto de la tarde desa­pareció.

-¿Entonces aceptas la copa?

-En otro momento. Hoy ya tengo clientes que me esperan. Alfonso alcanzó a oír el final de la frase; estaba equivocado, la chica no se había dejado llevar por la trampa de las promesas de amor. Aun así, al final de una noche sin mucho movimiento, se preguntó por qué había preferido la compañía de un viejo, de un contable mediocre y de un agente de seguros...

Bien, ése era su problema. Siempre y cuando pagase su precio, no le correspondía a él decidir con quién debía o no irse a la cama.

Del diario de Dulce María, después de la noche con el viejo, el con­table y el agente de seguros:

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