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Pensó en todos los seres humanos que sufrían sin pedirlo, y allí estaba ella, provocando su propio sufrimiento, pero aquello ya no le importaba, había cruzado las fronteras del cuerpo, y ahora sim­plemente le quedaba el alma, la «luz», una especie de vacío, que alguien, algún día, llamó Paraíso. Hay ciertos sufrimientos que só­lo pueden ser olvidados cuando podemos flotar sobre nuestro pro­pio dolor.

Por último, recordó a Ucker mientras la tomaba en brazos, se quitaba la chaqueta, y la ponía sobre sus hombros. Debía de tener demasiado frío, pero poco importaba; estaba contenta, no tenía miedo, había vencido. No se había humillado ante él.

Los minutos se convirtieron en horas, ella debía de haber dor­mido en sus brazos, porque cuando despertó, aunque todavía era de noche, estaba en una habitación con un aparato de televisión en una de las esquinas y nada más. Blanco, vacío.

Ucker apareció con un chocolate caliente.

-Todo va bien-dijo él-. Has llegado a donde debías llegar. -No quiero chocolate, quiero vino. Y quiero bajar a nuestro sitio, la chimenea, los libros tirados por todas partes.

Había dicho «nuestro sitio»; eso no era lo que había planeado. Se miró los pies; aparte de un pequeño corte, sólo había mar­cas rojas, que desaparecerían al cabo de algunas horas. Con cier­ta dificultad, bajó la escalera sin prestar mucha atención a nada; se puso en su esquina, en la alfombra, al lado de la chimenea; ha­bía descubierto que allí siempre se sentía bien, como si fuese su «sitio», su lugar en aquella casa.

-El leñador me dijo que, cuando se hace algún tipo de ejerci­cio físico, cuando se le exige todo al cuerpo, la mente gana una fuerza espiritual extraña que tiene que ver con la «luz» que vi en ti. ¿Qué sentiste?

-Que el dolor es amigo de la mujer.

-Ése es el peligro.

-Que el dolor tiene un límite. -Ésa es la salvación. No lo olvides.

La mente de Dul aún estaba confusa; había experimentado esa «paz», al ir más allá de su límite. Él le había mostrado otro ti­po de sufrimiento, y también ése le había dado un extraño placer. Ucker tomó una gran carpeta y la abrió. Eran dibujos.

-La historia de la prostitución. Es lo que me pediste, cuando nos vimos.

Sí, se lo había pedido, pero era simplemente una manera de pasar el tiempo, de intentar resultar interesante. Eso no tenía la menor importancia ahora.

-Durante todos estos días he estado navegando por un mar desconocido. No creí que hubiese una historia, pensaba simple­mente que era la profesión más antigua del mundo, como dice la gente. Pero hay una historia; mejor dicho, dos historias.

-¿Y estos dibujos?

Christopher pareció un poco decepcionado porque ella no lo comprendía, pero en seguida se controló y siguió adelante. -Son las cosas que pinté mientas leía, investigaba, aprendía. -Hablaremos de eso otro día; hoy no quiero cambiar de te­ma, necesito entender el dolor.

-Lo sentiste ayer y descubriste que conducía al placer. Lo has sentido hoy y has encontrado la paz. Por eso te digo: no te acos­tumbres, porque es muy fácil acostumbrarse a vivir con él, es una droga poderosa. Está en nuestra vida cotidiana, en el sufrimiento escondido, en la renuncia que hacemos y culpamos al amor por la derrota de nuestros sueños. El dolor asusta cuando muestra su verdadera cara, pero es seductor cuando se viste de sacrificio, re­nuncia. O cobardía. El ser humano, por más que lo rechace, siem­pre encuentra alguna manera de estar con él, de enamorarlo, de hacer que sea parte de su vida.

MinutosWhere stories live. Discover now