15

197 17 6
                                    

Ella veía a aquel hombre lleno de la misma «luz» que él había visto en ella, al contar aque­lla extraña historia con entusiasmo, con los ojos brillándole, ya no de deseo, sino de alegría.

-¿Puedo pedirte un favor?

Christopher respondió que podía pedirle cualquier cosa.

-¿Puedes enterarte de por qué, después de que los dioses di­vidiesen a la criatura de cuatro piernas, algunas de ellas decidie­ron que ese abrazo podía ser simplemente una cosa, un negocio como otro cualquiera, que en vez de enriquecer, absorbe toda la energía de la gente?

-¿Te refieres a la prostitución?

-Eso. ¿Puedes enterarte de cuándo el sexo dejó de ser sagrado? -Lo haré si quieres -respondió Ucker-. Pero nunca he pen­sado en ello, y no creo que nadie más lo haya hecho.

Dulce no aguantó la presión:

-¿Y se te ha ocurrido pensar que las mujeres, principalmen­te las prostitutas, son capaces de amar?

-Sí, se me ha ocurrido. Se me ocurrió el primer día, cuando estábamos en la mesa del café, cuando vi tu luz. Entonces, cuan­do pensé en invitarte a un café, escogí creer en todo, incluso en la posibilidad de que tú me devolvieses al mundo de donde partí ha­ce mucho tiempo.

Ahora ya no había vuelta atrás. Dulce, la maestra, tenía que acudir rápidamente en su auxilio, o ella lo besaría, lo abrazaría, le pediría que no la dejase.

-Volvamos a la estación de tren -dijo-. Mejor dicho, vol­vamos a esta sala, al día en que vinimos aquí por primera vez, y tú reconociste que yo existía, y me hiciste un regalo. Fue la prime­ra tentativa de entrar en mi alma, y no sabías si eras bienvenido. Pero, como dice tu historia, los seres humanos fueron divididos, y ahora buscan de nuevo ese abrazo que los una. Ése es nuestro ins­tinto. Pero también nuestra razón para soportar todas las cosas di­fíciles que suceden durante esa búsqueda.

»Quiero que me mires, y quiero, al mismo tiempo, que evites que yo lo note. El primer deseo es importante porque está escon­dido, prohibido, no permitido. No sabes si estás ante tu otra mi­tad perdida, ella tampoco lo sabe, pero algo los atrae, y es preci­so creer que es verdad.

«¿De dónde saco todo esto? Lo saco del fondo de mi corazón, porque me gustaría que siempre hubiese sido así. Saco estos sue­ños de mi propio sueño de mujer.»

Ella bajó un poco el tirante de su vestido, de modo que una parte, sólo una ínfima parte de su pezón quedase al descubierto. -El deseo no es lo que ves, sino aquello que imaginas.

Christopher Uckermann miraba a una mujer de cabellos negros, y ropa igual que el cabello, sentada en el suelo de su sala de estar, lle­na de deseos absurdos, como tener una chimenea encendida en pleno verano. Sí, quería imaginar lo que aquella ropa escondía, podía ver el tamaño de sus senos, sabía que el sostén que ella usaba era innecesario, aunque tal vez fuese una obligación del oficio. Sus senos no eran grandes, no eran pequeños, eran jóve­nes. Su mirada no mostraba nada; ¿qué estaba ella haciendo allí? ¿Por qué él alimentaba esa relación peligrosa, absurda, si no tenía ningún problema en conseguir a una mujer? Era rico, joven, famoso, de buena apariencia. Le encantaba su trabajo, había amado a mujeres con las que se había casado, había sido amado. En fin, era una persona que, dadas las circunstancias, de­bería decir: «Soy feliz».

Pero no lo era. Mientras que la mayoría de los seres humanos se mataban por un pedazo de pan, un techo bajo el cual vivir, un empleo que les permitiese vivir con dignidad, Christopher Uckermann tenía to­do eso, lo cual lo hacía más miserable. Si tuviera que hacer un ba­lance reciente de su vida, tal vez habría dos, tres días en los que se levantó, vio el sol, o la lluvia, y se sintió alegre porque era la mañana, simplemente alegre, sin desear nada, sin planear nada, sin pedir nada a cambio. Aparte de esos pocos días, el resto de su existencia se había gastado en sueños, frustraciones y realizacio­nes, deseo de superarse a sí mismo, viajes más allá de sus límites; no sabía exactamente a quién, o a qué, pero se había pasado la vi­da intentando probar algo.

MinutosWhere stories live. Discover now