24 FINAL

202 16 4
                                    

2/3

_♥_

Basta. Yo había intentado dar lecciones de sexo para protegerme, él hacía lo mismo, y por más sabias que fuesen nuestras palabras, ya que uno siempre que­ría impresionar al otro, ¡eso era estúpido, indigno de nuestra relación! Lo atraje hacia mí porque, indepen­dientemente de lo que él tuviese que decir, o de lo que yo pensase respecto a mí misma, la vida ya me había enseñado muchas cosas.

Me arrodillé, le quité poco a poco la ropa, y vi que su sexo estaba allí, durmiente, sin reaccionar. A él pa­recía no importarle, y yo besé la parte interior de sus piernas, empezando por los pies. Su sexo comenzó a reaccionar lentamente, y yo lo toqué, después lo puse en mi boca, y, sin prisa, sin que él lo interpretase co­mo « ¡Vamos, prepárate!», lo besé con el cariño de quien no espera nada, y justamente por eso, lo conseguí todo. Vi que se excitaba, y comenzó a tocar mis pezones, girándolos como aquella noche de total os­curidad, haciéndome desear tenerlo de nuevo entre mis piernas, o en mi boca, o como desease o quisiese poseerme.

No me quitó el abrigo; hizo que me inclinase de bruces sobre la mesa, con las piernas aún apoyadas en el suelo. Me penetró lentamente, esta vez sin ansiedad, sin miedo a perderme, porque en el fondo él también había entendido que aquello era un sueño, y que per­manecería para siempre como un sueño, jamás como realidad.

Al mismo tiempo que sentía su sexo dentro de mí, sentía también su mano en los senos, las nalgas, to­cándome como sólo una mujer sabe hacerlo. Enton­ces entendí que estábamos hechos el uno para el otro, porque él conseguía ser mujer como ahora, y yo con­seguía ser hombre como cuando conversamos o nos iniciamos en el encuentro de las dos almas perdidas, de los dos fragmentos que faltaban para completar el universo.

A medida que me penetraba y me tocaba al mismo tiempo, sentí que no sólo me lo estaba haciendo a mí, sino a todo el universo. Teníamos tiempo, ternura y co­nocimiento el uno del otro. Sí, había sido estupendo llegar con dos maletas, el deseo de partir, ser inmedia­tamente arrojada al suelo y penetrada con violencia y miedo; pero también era bueno saber que la noche no acabaría nunca, y ahora allí, en la mesa de la cocina, el orgasmo no era el fin en sí mismo, sino el inicio de ese encuentro.

Su sexo se quedó inmóvil dentro de mí, mientras sus dedos se movían rápidamente, y yo tuve el prime­ro, después el segundo, y el tercer orgasmo, seguidos. Tenía ganas de empujarlo, el dolor del placer es tan grande que machaca, pero aguanté firme, acepté que era así, que podía aguantar un orgasmo más, dos más, o...

... y de repente, una especie de luz explotó dentro de mí. Ya no era yo misma, sino un ser infinitamente superior a todo lo que yo conocía. Cuando su mano me llevó al cuarto orgasmo, entré en un lugar en el que to­do parecía en paz, y en mi quinto orgasmo conocía Dios. Entonces sentí que él volvía a mover su sexo den­tro del mío, aunque su mano no hubiese parado, y di­je: «Dios mío, ¿a qué me he entregado, el Infierno o el Paraíso?».

Pero era el Paraíso. Yo era la tierra, las montañas, los tigres, los ríos que corrían hasta los lagos, los lagos que se transformaban en mar. Él se movía cada vez más de prisa, y el dolor se mezclaba con el placer, yo podía de­cir «ya no puedo más», pero no sería justo, porque a esas alturas, él y yo éramos la misma persona.

Dejé que me penetrase el tiempo que fuese necesa­rio, sus uñas ahora estaban clavadas en mis nalgas, y yo allí de bruces, en la mesa de la cocina, pensando que no existía un lugar mejor en el mundo para hacer el amor. De nuevo el ruido de la mesa, la respiración cada vez más rápida, las uñas arañándome, y mi sexo golpeando con fuerza su sexo, carne con carne, hueso con hueso, yo iba a tener otro orgasmo, él también, y nada de eso, ¡nada de eso era MENTIRA!

-¡Vamos!

Él sabía de qué hablaba, y yo sabía que era el momento, sentí que todo mi cuerpo se relajaba, que deja­ba de ser yo misma, ya no oía, ni veía, ni sabía el gus­to de nada, simplemente sentía.

-¡Vamos!

Y me fui con él. No fueron un par de minutos, sino una eternidad, era como si los dos hubiésemos salido del cuerpo y caminásemos, en profunda alegría, compren­sión y amistad, por los jardines del Paraíso. Yo era mu­jer y hombre, él era hombre y mujer. No sé cuánto tiempo duró, pero todo parecía estar en silencio, en oración, como si el universo y la vida hubiesen deja­do de existir, y se hubiesen transformado en algo sa­grado, sin nombre, sin tiempo.

Pero el tiempo volvió, oí sus gritos y grité con él, las patas de la mesa golpeaban con fuerza en el suelo, pe­ro a ninguno de los dos se nos ocurrió preguntar ni pen­sar qué pensaba el resto del mundo.

Y él salió de mí sin ningún aviso, y reía, sentí mi . sexo contraerse, me volví hacia él y también reí, nos abrazamos como si fuese la primera vez que hacíamos el amor en nuestras vidas.

-Bendíceme -pidió.

Y lo bendije, sin saber qué hacía. Le pedí que hicie­se lo mismo, y él lo hizo, diciendo «bendita sea esta mujer, que mucho amó». Sus palabras eran bonitas, volvimos a abrazarnos y nos quedamos allí, sin enten­der cómo once minutos pueden llevar a un hombre y a una mujer a todo eso.

Ninguno de los dos estaba cansado. Fuimos hasta la sala, él puso un disco, e hizo exactamente lo que yo esperaba: encendió la chimenea y me sirvió vino. Des­pués abrió un libro y leyó:

Tiempo de nacer, tiempo de morir,

tiempo de plantar, tiempo de arrancar la planta,

tiempo de matar, tiempo de curar,

tiempo de destruir, tiempo de construir,

tiempo de llorar, tiempo de reír,

tiempo de gemir, tiempo de bailar,

tiempo de tirar piedras, tiempo de recoger piedras,

tiempo de abrazar, tiempo de separar,

tiempo de buscar, tiempo de perder,

tiempo de guardar, tiempo de tirar,

tiempo de rasgar, tiempo de coser,

tiempo de callar, tiempo de hablar,

tiempo de amar, tiempo de odiar,

tiempo de guerra, tiempo de paz.

Aquello sonaba como una despedida. Pero era la más bonita de todas las que podía vivir en mi vida. Lo abracé, él me abrazó, nos acostamos en la al­fombra al lado de la chimenea. La sensación de pleni­tud todavía seguía, como si yo siempre hubiese sido una mujer sabia, feliz, realizada en la vida.

-¿Cómo puedes enamorarte de una prostituta? -Al principio, no lo entendía. Pero hoy, pensan­do un poco, creo que al saber que tu cuerpo jamás sería sólo mío, podía concentrarme en conquistar tu alma.

-¿Y los celos?

-No se le puede decir a la primavera: «Ojalá que llegue pronto, y que dure bastante». Sólo se puede de­cir: «Ven, bendíceme con tu esperanza, y quédate todo el tiempo que puedas».

Palabras sueltas al viento. Pero yo necesitaba es­cucharlas, y él necesitaba decirlas. No sé exactamen­te cuándo me dormí. Soñé, no con una situación ni con una persona, sino con un perfume, que lo inun­daba todo.

§

¿Fin?

MinutosOnde histórias criam vida. Descubra agora