Prólogo

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Un comisario de tez blanca y sentimientos fríos caminaba a lo largo de una enorme comisaría; buscaba desesperadamente los brazos de la persona que más amaba pues en ellos se sentía seguro, como un niño pequeño en busca de atención.

Justo al otro extremo del lugar se encontraba él, Horacio, un agente especial con ojos bicolor que eran capaces de derretir al comisario más temido de Los Santos; sin embargo, no era lo que aparentaba, pues el agente era sensible, añoraba una vida de libertad que le había sido otorgada el mismo día que Volkov le había confesado sus sentimientos.

Sus miradas se encontraron inesperadamente. Una sonrisa mutua fue el principal actor de la obra que ambos interpretaban. Sin más dilación, el mayor corrió a los fuertes brazos del chico con cresta, quién, sin dudarlo, le brindó un cálido abrazo mientras sentía como las lágrimas de aquel hombre caían por su marcado pecho.

La carga de ser un superior, controlar a muchos cadetes que no paraban de hacer el gilipollas y causar desastres era agotadora; eso fue suficiente para hacer llorar a nuestro valiente comisario quien ahora estaba protegido por lo brazos del amor de su vida.

Algunos agentes miraron incrédulos la escena, pues aún así no vieran sus lágrimas, el comisario estaba vulnerable, era una faceta suya que solo demostraba con Horacio.

El menor al notar la presencia de chismosos que cotilleaban sobre lo que estaban presenciando, tomó el mentón de su novio, lo miró directamente a esos ojos azules perfectos que enmarcaban su rostro y lo besó lentamente a la par que le secaba las lágrimas disimuladamente. Finalmente tomó su mano derecha con la delicadeza característica de una pluma y lo llevó fuera de comisaría, directo a su departamento para que ambos hablaran sobre lo que había ocurrido aquel día.

La separación - VolkacioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora