Capítulo 10. Mentiras

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- Conway ¿A dónde vamos? - Preguntó Horacio confundido, las piernas de dolían, hacía unas horas estaba en el borde de una grieta y no habían parado de caminar desde ese momento.

- Ya te dije, Horacio, vamos a buscar el refugio... - El menor de cresta bufó cansado, tenía hambre y para él "hambre" equivale a enojo, el mayor sabía eso, aún así, luego de escuchar el quejido de éste, rodó los ojos y continuó caminando. - Menos quejas, más caminar.

- No cambias jamás... - Respondió mientras se retiraba el abrigo de tela que cubría su musculoso cuerpo a la par que lo ataba en su cintura.

El sol reposaba sobre sus ojos azules y verdes, el bicolor acompañado de la luz los hacía brillar, su frente poseía una delgada capa de sudor que paso a paso se humedecía cada vez más. Conway, cargado con una mochila, caminaba a paso constante por las calles esquivando los coches varados, el cansancio no se reflejaba en su cuerpo a pesar de la edad pues en el tiempo que estuvo como marine, había recorrido largas distancias de manera constante.

- Por aquí encontré con Volkov un símbolo, parecía una esvástica con letras rusas al rededor, si logras encontrar algo cerca, ya sea una entrada o algo parecido, no olvides decirme.

- Si, ya sé, viejo.

- Viejo tu puta madre, anda, busca una entrada.

No pasó mucho cuando el de cresta encontró, rondando por los pasillos, una puerta de metal azul, estaba pintada con grafitis corridos debido a las lluvias; observó que debajo de éstos había un cartel, por ello, con la manga de su chaqueta limpió el letrero borrando el extravagante arte callejero dando paso a la señal que ambos buscaban.

- ¡Conway, aquí está la puerta! - Bramó mirando a ambos lados en busca de aquel hombre con cabello teñido de negro para ocultar la edad. - ¿Conway?

Comenzó a buscarle entre los pasillos que había recorrido anteriormente mientras mencionaba su nombre reiteradas veces hasta que consiguió visualizar su figura, notando como guardaba algo en su chaqueta, no era la carpeta que antes le había mostrado, era algo más pequeño y delgado como una fotografía, eso le intrigó pero no le tomó la debida importancia hasta que, cuando estuvo suficientemente cerca, llamó su atención.

- ¡Conway, encontré la entrada! - El mayor torpemente reacomodó su chaqueta mientras caminaba hacia Horacio. - ¿Qué traes ahí?

- Nada importante, anda, debemos encontrar ese búnker o todos estaremos muertos.

Todo estaba oxidado por dentro, aquel refugio, tenía telarañas por todas partes las cuales brillaban debido a las pequeñas gotas de lluvia y humedad que quedaban atrapadas entre ellas, el moho se acumulaba en las paredes y eso le dificultaba a ambos respirar.

Recorrieron cada pasillo con suma precaución, en cada habitación que encontraban habían pósters de la Segunda Guerra Mundial, el suelo de piedra y cemento estaba resquebrajado pero no separado, como si los temblores hubieran intentado hacerlo pero a tal profundidad y en aquella ubicación no se hubiera podido manifestar el fenómeno que terminaría por provocar el fin del mundo.
 
...

Una vez terminaron de explorar el lugar, aquel joven con cresta fue enviado a revisar cada habitación en busca de un pasaje secreto, era obvio que aquel no era el búnker que tanto buscaban, no iba a ser tan sencillo, después de todo fue hecho por los hombres más poderosos del mundo, no era el lugar, debían seguir buscando.

- ¿Papá? - Le dijo Horacio con sus ojos bicolor enfocándose en su rostro apaciguado mientras rebuscaba en el lugar que habían encontrado.

- No me llames así, anormal. - Respondió serio el pelinegro mientras devolvía a su sitio el libro que había retirado de una repisa cubierta de telarañas.

- Nunca me hablaste de mis verdaderos padres, no tengo a nadie más a quien decirle así.

Conway se quedó helado, eso había sido un ataque directo, una incomodidad creció dentro de si pues había estado ocultándole durante meses lo que sabía de ellos, no deseaba hacerle daño.

- Ya te dije, he estado intentando averiguar algo sobre ellos pero no hay rastro. - Los músculos del menor se tensaron, sabía que mentía, lo sabía hace mucho, desde la primera vez que le preguntó por ellos, desde su primera respuesta "no tienes porqué saber de ellos" o "hay cosas que es mejor no saber", era demasiado evidente.

- ¿Piensas mentirme más tiempo? - Finalmente le plantó cara, irritado levantó sus cejas formulando una mirada fría y desafiante, una que no hubiera podido expresar tiempo atrás, pero la vida le había golpeado tan duro que ya no había nada que pudiera hacerle más daño que las mentiras y Conway lo sabía.

- No sé de qué me estás hablando. - Conway era bueno manipulando y mintiendo, después de todo, estaba vivo por ello, sin embargo no iba a engañar a Horacio, una persona que después de tantas manipulaciones sabe cuándo algo no está bien.

- Entonces supongo que puedes hablarme de ésto. - Pronunció acercándose a Conway, metiendo velozmente sus dedos entre aquel abrigo de cuero dañado por los golpes y extrayendo de uno de sus bolsillos internos lo que él sabía que era una fotografía.

- ¡CAPULLO, ANORMAL, DEVUÉLVEME ESO! - Bramó el pelinegro enojado, pero era demasiado tarde, Horacio había identificado quienes eran las personas que aquella fotografía que traía entre manos.

- ¿Mamá?

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La separación - VolkacioWhere stories live. Discover now