Abrazo 36: Plumas que Opacan a las Estrellas

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Narra Takato

-¡Chunta...! ¡Esper... ah! -pedí, lloriqueando sobre el respaldo del sillón mientras que era empalado por un demonio -. ¡Y-Ya no puedo...! ¡Me voy a venir!

A Chunta no pudo importarle menos, y sólo siguió embistiendo a un ritmo implacable y sórdido.

Las manos en mis caderas estaban tan apretadas que temía que dejaran moretones, y su miembro entraba tan profundo, que pensé que me atravesaría.

Lágrimas de placer rodaban por mi cara y una electricidad picaba en mi cuero cabelludo.

Sólo podía aferrarme al respaldo y confiar en el agarre de Chunta para no caer por la debilidad de mis piernas.

Los besos en mi espalda semi-desnuda y nuca eran totalmente lo opuesto a lo que pasaba en mi trasero; lo suave y tierno, contra lo insaciable y duro. Todo lo que había era una mezcla entre la lujuria y el amor.

-Takato-san -jadeó, su voz claramente mucho más ronca y profunda de lo normal. Extrañamente, eso me excitó aún más.

En un arranque de necesidad, Chunta me tomó bruscamente del torso y me irguió hasta estar con mi espalda en su pecho y mi cabeza en su hombro.

Buscó por mis labios, y en cuanto sintió el entrecortado aliento, me besó como si fuera a morir si no lo hiciera. Chunta se tragaba con vehemencia cada gemido que salía de mi boca y yo sólo podía resistir; quería venirme junto a él.

Mi deseo se cayó a pedazos en su totalidad por las manos de Chunta, ya que una viajó con ímpetu a mi muy colorada y ferviente erección, y la otra a uno de mis maltratados y sensibles pezones.

Jaló, estiró y torció, y yo ya no pude aguantarlo más.

Di un grito agudo y me aferré a su antebrazo cuando toda la excitación escapó de mí en hilos de semen.

Pero aún y con la mente nublada, tuve que recibir el ansioso miembro de Chunta en busca de su propio orgasmo, ocasionando fuertes espasmos en todo mi cuerpo.

Sus caderas tartamudearon hasta que el incansable ritmo que llevaba se perdió por completo y un gemido ronco atravesó mi cabeza, haciéndome retorcer.

Oí su pesada respiración tratando de compensar lo agitado que todo había estado hasta hace unos segundos. Luego tragó y suspiró.

-Estuviste genial, Takato-san -elogió, dejando besos por mis hombros y tapando mi piel con la camisa por donde pasaba, ya que, curiosamente, esa primavera estaba siendo muy fría.

-Chunta... realmente ya no siento mis caderas -musité, apartando cabellos y saliva seca de mi cara.

-Ah, lo siento mucho -dijo, saliendo de mí. Un escalofrío me recorrió por la sensación.

Chunta se quitó el condón y lo envolvió, pero antes de tirarlo, e inesperadamente, me cargó como si fuera una esposa.

-¡Oye! ¡¿Qué haces?! -vociferé, y él le dio la vuelta al sillón para acostarme en él.

Salió un momento de mi vista, para luego regresar casi corriendo con algo de papel. Se subió al sillón y me limpió.

No pude evitar ponerme muy rojo y tratar de cerrar mis piernas.

-N-No es necesario -mascullé.

-Claro que lo es -argumentó -, yo hice de Takato-san un destare y yo tengo que limpiarlo.

-Idiot... ¡Ah! ¡¿Y ahora qué haces?!

-Sigo limpiando el desastre -respondió, con su cara enterrada entre mis muslos, repartiendo besos ahí, por los huesos sobresalientes de mi cadera y la ligera hendidura de esta en los costados; incluso felxionó mis piernas y beso mi trasero...

Muy Juntos Por SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora