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Scott, 15 años.

Los gritos se escuchaban lejanos. No podía distinguir si eran vítores, risas o estaban aterrados.

Quizás era una combinación, no le importaba. Su atención estaba puesta en Josh.

¿En qué momento perdí los estribos?

Ah, sí, fue cuando lo escuché disculparse y luego se fue como si nada.

A Josh no le importaba que le hubieran cancelado el examen, al menos no tanto como a él. ¿Quién sabe? Pero su actitud indiferente le molestó, porque por su culpa su padre lo golpeó y tuvo que usar maquillaje de nuevo.

De verdad que trató de contenerse, pero fue como si su cuerpo se moviera por sí solo. Su mano ya había agarrado el lápiz y se lo había encajado en el hombro.

Josh gritó.

Y a Scott le gustó.

La mitad de su mente, donde estaba el parásito, le seguía gritando que no se detuviera. Que no debía abstenerse de disfrutar lo que le gusta. Además, Josh se lo merecía, ¿cierto? Por mentir, por ser tan egoísta y no importarle el castigo. Porque él tuvo que pagar el error cuando sus intenciones eran buenas.

¿Y la otra mitad? Esta cada vez se escuchaba más lejos, se iba apagando. La parte sana de su mente y que mantenía su cordura pendiendo de un delgado hilo, estaba desapareciendo. Sentía que debía escucharla porque era lo correcto, porque esto no es lo que haría un chico bueno, porque si esta parte de él perdía, no había vuelta atrás. Josh no era el culpable, era él. Josh le preguntó si podía ayudarle y él fue quien aceptó.

Y de nuevo, su mano se movió sola y enterraba el lápiz ensangrentado. Esta vez en el otro hombro.

Josh cayó al suelo aullando de dolor con la camisa cubierta de sangre. Todos estaban mirando, aterrados. Sus risas cesaron y se convirtieron en susurros.

Estaban preocupados por Josh, pero nadie se acercó a rescatarlo. Nadie le impidió que enterrara el lápiz por tercera vez. Esta vez en su ojo derecho.

La sangre manchaba su ropa y sus manos. Lo disfrutaba, se sentía libre. Como si una carga se quitara de encima.

La sangre en su ropa, humedeciéndola, lo relajaba. Estaba tibia. Los gritos de dolor de Josh era una hermosa sinfonía de fondo. Su corazón palpitaba de prisa y su mente no para de imaginar otras miles de forma para que esos gritos contuvieran más dolor, más sufrimiento; y más sangre emanara a su alrededor.  La adrenalina subía por su pecho.

Pero también estaba asustado. No sabía cómo controlarse, deseaba que alguien lo detuviera, que lo salvaran porque estaba cayendo al abismo. Nuevamente.

No quería tocar fondo.

No quería matarlo, pero deseaba hacerlo.

No quería sentirse bien, pero así se sentía.

Por primera vez en su vida deseó que alguien pudiera leer su interior y supiera de cuán asustado estaba, que de verdad necesitaba ayuda.

Que alguien me detenga, por favor.

No sólo estaba asustado de él mismo, sino también de su padre. Y le iría bastante mal.

Josh seguía chillando y pidiendo que alguien lo ayudara. Nadie hizo nada, sólo le gritaron que se detuviera, que llamarían a la policía, que era un enfermo y estaba loco.

Lo siento.

Sus manos comenzaron cerrarse alrededor de su cuello y poco a poco le fue cortando el aire. Entonces, alguien comenzó a jalarlo hacia atrás en un débil intento de que lo soltara.

Scott [Precuela de Adam]Where stories live. Discover now