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Scott, 16 años.

Vanessa limpiaba delicadamente las heridas de su hijo con un pañuelo húmedo. Empezando por su rostro, luego hombros, brazos y espalda. También había un par de hematomas en el pecho.

—Ya están sanando. Se ven mejor, ¿no crees? —comentó su madre para romper el hielo— Conseguí la pomada gracias a los Camilleri, pero no le digas a tu padre. Se enojará.

—Sí, mamá —respondió con la voz apagada.

—Hey, alégrate un poco. Es tu cumpleaños número dieciséis.

—¿Lo es? —Inquirió, confundido— ¿Qué día es hoy?

—Cariño, ¿cómo que no sabes que día es hoy? —rio su madre y dejó el pañuelo a un lado— Te compré algo, mira —Sacó una pequeña bolsa de atrás de la puerta y se la tendió— Felicidades, hijo.

Scott aceptó el regalo un tanto dubitativo y Vanessa lo envolvió en un cálido abrazo.

Quitó el papel y sacó una sudadera verde con una figura dorada de un león.

—Gracias, mamá.

—El día que fuimos al centro comercial te vi mirándola, parecía que te había gustado así que regresé a comprarla.

—Está genial, me gustó —dijo con una sonrisa tímida. Realmente le había gustado el regalo y como no esperaba nada este día, fue una agradable sorpresa recibirlo.

—Bien. Ahora vístete porque tu padre llegará pronto y debemos preparar todo para los invitados. También debemos cubrir esas heridas.

—Pero... No me gustan esas cenas, mamá. ¿Y si sólo hoy no me hacen nada? Quisiera... Descansar —pensó unos segundos antes de decir la última palabra.

Su madre borró a su sonrisa y miró a su hijo con dureza.

—Scott, por favor. No empieces —suspiró—. Date prisa. Estas fechas son importantes para tu padre, es una buena oportunidad para hacer negocios.

Negocios.

Eso eran los cumpleaños para su padre. No lo felicitaba estando a solas, lo hacía enfrente de todos, para que lo miraran. Tampoco lo abrazaba mas que en público. Se sentía usado, como un adorno y una herramienta que sólo estaba ahí para verse "bien" y nada más.

Por eso para él no existía su cumpleaños, había optado por olvidar la fecha. Además tenía que pagar el error cometido hace semanas. Un error terrible.

De sólo recordar ese día su cuerpo dolía y lágrimas amenazaban con salir. Puñetazos, cachetadas, patadas. Gritos, insultos, amenazas.

En poco tiempo Scott sufrió más de lo que imaginó.

¿Cuántas veces su cuerpo fue golpeado? Perdió la cuenta, fueron cientas.

¿Con qué lo había golpeado? Con todo. Zapatos, alambres, cinturón. Incluso le estrello un jarrón en la cabeza.

Y por supuesto que lloró. También pidió a gritos que lo ayudaran, rogó que le sacaran a eso de su mente, que no era su culpa. Pero Robert sencillamente rio, le dijo que eran pretextos, que lo iba a corregir como su padre lo corrigió a él.

Incluso llamó a su madre para que lo ayudara, pero no sucedió. Ella sólo llegaba para curar sus heridas, abrazarlo y decirle que debía portarse bien si no quería que esto pasara de nuevo. La última vez que se entrometió, Robert se encargó de dejarle claro que no debía de cometer el mismo error.

Ese chico estaba solo en aquel lugar con una monstruosa bestia como padre y una temerosa madre. Él no era feliz, pero de algún modo estaba cómodo. Cuando no cometía errores su vida iba bien, era alabado por sus padres y eso es lo que le gustaba.

Scott [Precuela de Adam]Where stories live. Discover now