~15~

5.7K 1.3K 611
                                    

Scott, 16 años.

Scott quiso correr en el momento en que se abrió la puerta del coche pero su cuerpo no se movió. Tampoco pudo gritar o hablar, estaba paralizado.

Ese lugar no era su casa.

Él ya sabía que no iría ahí pero aun así se decepcionó, y se odió por eso. Muy en el fondo seguía teniendo esa pequeña esperanza y se maldijo por ser tan incrédulo.

Lo tomaron bruscamente del brazo para bajarlo. Él no se opuso.

El lugar era un poco sencillo sin dejar de lado la elegancia. Parecía que Theo era un hombre que tenía un peculiar gusto por lo simple y al mismo tiempo esa simpleza era escandalosa e intimidante. Las paredes estaban pintadas de rojo, la casa era dos pisos y la decoraban elegantes balcones y ventanales junto con un par de macetas. Bien podría pasar por una casa ordinaria, pero no se sorprendería si por dentro encontraba lo que una persona con dinero debe de tener.

Tal y como esperaba, la casa tenía muebles genuinos. Los reconoció al instante. También un par de obras de arte en cuadros o pequeñas figuras de oro y algunos metales de los que desconocía.

No sentía curiosidad alguna por seguir observando, así que sólo se quedó ahí de pie.

—¿Gustas algo de comer o beber? —Preguntó Theo a su lado.

—Descansar —musitó sin esperanzas de que Theo accediera.

Para su sorpresa, él hizo un ademán con la mano y alguien la arrastró hacia las escaleras. Luego, lo encerraron en una habitación mucho más cómoda y en mejores condiciones en la que había estado, aunque esta habitación no tenía objetos ni obras de arte. Estaba totalmente vacía con solo una cama, un buró con una lámpara de noche, una alfombra y un clóset. Y sin ventanas, claro.

Scott no se molestó en buscar salidas o hacerse preguntas para qué lo querrían, sólo se quitó sus zapatos, se acostó en la cama y se tapó con una de las cobijas que estaban a lado.

Entonces, lloró.

Era un sollozo de miedo, de desesperanza y de odio contra sí mismo. Sus lágrimas eran tibias y era la única calidez que había sentido desde que lo secuestraron. Extrañaba la risa de Emma, las charlas con Reachell, los reconfortantes abrazos de Leyla, las miradas tiernas de su madre y... Y a su padre. Quería todo eso de vuelta.

Sin embargo, había algo más en su tristeza: una gracia. Un chiste que no dijo en voz alta pero que en su mente le causaba risa. Le era gracioso cómo es que a estas alturas todavía seguía siendo un niño y pensando como niño, era gracioso como cada vez las cosas empeoraban pero él seguía aferrado a esa absurda esperanza de que sería libre, era gracioso que había llorado más veces de las que contaba y era gracioso imaginar la actitud de su padre si se enterara.

Su sufrimiento era gracioso. Su vida, sus pensamientos y él mismo.

Scott sabía que reírse de esto no estaba bien. Su parte cuerda le decía que era anormal.

Trató de soportar que ese extraño humor no se convirtiera en una risa, la reprimió... Aunque no por mucho. Lentamente, sus labios se curvaron y una pequeña carcajada salió de él.

Llevó sus manos a la boca, sorprendido.

No, Scott. ¿Por qué te ríes? ¿No te das cuenta de la situación?

A lo que él mismo se respondió:

Y precisamente eso es el chiste.

Se cubrió de sábanas y fijó su vista en la pared aun con las manos cubriendo su boca y las lágrimas deslizándose por sus mejillas.

Scott [Precuela de Adam]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora