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Scott, 15 años.

―¿De verdad eres Scott Bernard? Mi papá es socio del tuyo y escuché que eres muy raro, que una vez mutilaste a un pájaro, ¿es cierto?

Sí, lo es. ¿Quién te dijo eso?

No respondió. No podía hacerlo de sólo imaginarse su reacción y la vergüenza que le hacía sentir al recordarlo.

Además, mentir estaba mal, y si estaba mal, se convertiría en alguien que no quería ser. Así que lo ignoró. Ser maleducado era mejor que ser malo, ¿no es así?

―¿Y que hay de casi matar a tu padre? ―Insistió― ¡La cocinera que despidieron nos lo dijo! ¿Es cierto? ¿Cómo estuvo eso? Ella dijo que...

Ah, ella fue...

―Dicen cosas muy curiosas sobre mí ―interrumpió.

―Entonces, ¿es cierto? ¿No lo niegas?

Deseó hacerlo.

¿Cómo es que hay personas que pueden mentir con tal facilidad? Cada vez que lo ha intentado su  mente se confunde y las palabras se atoran en su garganta. Es como si su mismo cuerpo le prohibiera las mentiras. De algún modo era incapaz de decirlas y no sabía hasta qué punto era bueno, o si es normal, o si no sería un problema.

¿Era un acto que inconscientemente hacía debido a sus pensamientos? ¿O es que realmente era un idiota para mentir?

―Oye, no te conozco ―dijo mirándolo con una tímida sonrisa―, y me gustaría que me dejaras estudiar un poco, por favor.

El chico hizo una mueca de fastidio y se alejó de ahí. Por el rabillo del ojo lo vio unirse a un grupito de amigos. No tenía que ser muy listo para adivinar que hablaban de él, escuchó algunas risas y comentarios de asombro que daban a entender que todo era cierto. Y una que otra broma de "hey, sí regresaste vivo, Eddie".

A veces pensaba que quizás las mentiras sí eran necesarias aunque no era humanamente correcto. Lo habrían salvado varias veces de las miradas inquietantes y acusadoras cada vez que pasaba frente a personas, también de acabar con los rumores de su pasado, de los castigos de su padre y de su insoportable soledad. Pero, la honestidad era buena, ¿no es así? Entonces,¿por qué la ha ido tan mal diciendo la verdad?

No importaba cuánto se esforzara en cambiar, lo que había hecho hace más de cinco años lo seguía persiguiendo. No era la primera vez que alguien se le acercaba a preguntar ese tipo de cosas.

―Si te hace sentir mejor, yo no creo que hayas hecho nada de eso. Pareces bastante tranquilo y amable.

Frente a él se encontraba una chica sonriéndole y cargando montones de libros. Traía puesto un sencillo vestido de colores alegres que combinaba perfectamente con un gorro de estilo parecido. Su cabello llegaba hasta los hombros, era lacio y de un color castaño-rubio. Tenía un cuerpo pequeño y usaba lentes al estilo de Harry Potter, aunque los de ella eran dorados. Si la observaba bien, era una chica linda. Parecía ser alguien ruidosa y escandalosa. Lo que más destacaba de ella, era su piel: tenía vitíligo. Nunca la había visto por ahí.

―Ah, de acuerdo. Gracias, supongo.

Y de nuevo, centró su vista en el libro.

¿Qué podía decirle? Ni siquiera la conocía. Sólo esperaba que no se hubiera visto grosero.

Hablaba muy poco y no tenía muchos amigos por lo que socializar no era lo suyo. De vez en cuando algunas chicas se le acercaban, coqueteaban un poco con él y pedían su número, pero el encanto no duraba mucho cuando se daban cuenta que no era la clase de chico que aparentaba, sino mucho más aburrido que no tenía ningún interés en relaciones.

Scott [Precuela de Adam]Where stories live. Discover now