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Scott, 15 años.

Ah, mierda. ¿Cómo le digo? ¿Qué no fue mi culpa? No, eso lo va a empeorar...

Tenía horas dando vueltas en su habitación de un lado a otro, pensando mientras los nervios lo consumían. Sus manos temblaban y por más que trató de ocultarlas en sus bolsillos o debajo de las axilas, era inevitable. Esto, y las ganas de llorar, era lo que le pasaba cuando estaba metido en un buen lío y que sabía que su padre lo castigaría por ello.

¿Era normal que alguien de mi edad tuviese tanto miedo a su padre? Esperaba que sí, no me gustaría ser el único, me sentiría un idiota.

Dentro de él sabía que lo que hizo no fue malo... Para Josh.

Josh era el chico que no estudiaba en los exámenes, que prefería pagar para que otros hicieran su trabajo, copiarle al que está lado o pedir las respuestas. Nunca le hizo nada malo, de hecho, era de los pocos que lo trataba bien, por lo que no pudo decirle que no.

Le dio su hoja de respuestas.

Una vez le había contado que si no sacaba buenas notas, su madre lo castigaba con días sin comer, o golpeándolo con un cable o encerrándolo en una habitación oscura. De cierta forma lo entendía, tampoco le gustaban los castigos de su padre, así que lo ayudó.

No pensó que el profesor cancelaría los exámenes. Se aseguró de que Josh no tuviera respuestas iguales a él, sólo parecidas.

Robert llegaría en cualquier momento y era mejor que se enterara por él mismo que por el profesor. Ocultarle las cosas siempre empeoraba la situación.

De pronto, alguien llamó a la puerta de la habitación.

Sintió que la respiración le faltaba y el corazón comenzó a latirle deprisa. Su mente se inundó de todos los escenarios posibles donde su padre ya sabía la verdad, o donde su madre lo llamaba para comer o...

Scott.

Era él. Robert Bernard.

Él lo sabía.

Reconoció su tono de voz. Duro, frívolo y molesto. Dispuesto a preguntarle sólo una cosa: ¿por qué?

No podía negarlo, tenía mucho miedo. Ni siquiera tenía el valor de ir a abrir la puerta porque sabía la mirada que tendría su padre. Odiaba esa mirada, no la soportaba, le aterraba.

¿Debería comenzar por disculparse? ¿O pedirle que lo deje explicar lo que pasó? ¿O recordarle que sigue siendo el mejor alumno de la escuela con promedio excelente y que esto sólo fue un error?

Dios, no, no, no. ¿Qué hago?

―Scott, abre la puerta ahora.

Sí, él esperaba que lo hiciera. La puerta siempre estaba sin seguro; y él sentía que a veces disfrutaba que él la abriera sólo para verlo lleno de miedo, sufriendo por un error pequeño, o llorando.

Ah, mierda. Sí que era en un chiquilllo llorón.

Sus piernas por fin respondieron. Se acercó a la puerta, tomó la perilla, esperó un momento para calmarse y desear que quizás, sólo esta vez, las cosas estarían bien. Tenía la esperanza de que así fuera.

―¿Por qué, Scott?

Tragó saliva, nervioso.

Ante él estaba el cuerpo impotente de Robert Bernard mirándolo con dureza. Sus palabras fueron lentas, claras y frías. Sentía hacerse pequeño deseando esconderse en alguna parte donde estuviera a salvo.

Scott [Precuela de Adam]Where stories live. Discover now