~13~

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Scott, 16 años.

Siguiendo las reglas que se le habían impuesto, no decía ni una palabra, no gritaba y hacía lo que le pedían. Incluso estaba acostumbrándose al olor a humedad, a la presencia silenciosa y triste de los demás chicos y al sabor insípido de la comida.

Le dolía el cuerpo por permanecer tanto tiempo en el duro y frío suelo en una posición incómoda. Ni siquiera podía recostarse ya que sus muñecas estaban amarradas a un tubo arriba de su cabeza; le ardían por los vanos intentos de zafarse y rozar la cuerda con su piel. Aunque no pudiera verlas estaba seguro que ya habrían sangrado y tendría sangre seca alrededor de ellas.

Chicos iban y venían en total silencio, con la mirada cabizbaja y asustados. Y, algunos otros, aliviados, porque iban a casa.

A casa. Su hogar.

Nunca habría imaginado que aquel enorme lugar, el mismo que había sido testigo de sus maltratos y donde a veces escuchaba a las paredes repetir los insultos de su padre e incluso sus propios llantos de dolor, lo extrañaría. Era una casa vacía, fría, carente de amor para llamarlo hogar. Y, aún así, ansiaba regresar ahí.

Quizás algo bueno debe surgir de esto. ¿Su madre le daría razón y aceptaría vivir lejos de Robert? ¿O su padre se daría cuenta que Scott era su hijo y no una herramienta? ¿Podían las cosas ser mejores esta vez? Aceptaría un poco más de sufrimiento si a cambio, al final, su premio sería el hogar y la familia que siempre deseó tener.

—¿Justin Almed? —Preguntó Farres entrando a la habitación.

Estaban encismado en sus pensamientos que ni siquiera lo escuchó entrar.

—Soy yo, señor —Respondió de inmediato el mismo chico que días atrás le había dado la bienvenida.

Hasta ese momento no había conocido su nombre. No hablaban mucho.

Lo vio y el alivio en su rostro era evidente. Con torpeza se puso de pie y Farres sólo sonrió. Sacó unas llaves de su bolsillo, escuchó el chasquido de un seguro. Justin estaba libre. Podía correr, pero no lo hizo. Se quedó de pie frente a Farres sobando su muñeca, en espera de instrucciones.

—Estuviste más tiempo de lo que esperábamos, así que bajamos el precio. Bien, Justin, no intentes algo inapropiado. Te irás en dos horas pero debemos prepararte primero.

Justin asintió entusiasmado y siguió a Farres a la salida.

De nuevo, las palabras de Farres le parecieron terriblemente amables. ¿Qué clase de secuestradores preparan a sus víctimas para el recuentro con su familia? Scott no quería pensar que quizás esa "libertad" no era más que algo que querían creer para no enfrentarse a la realidad de que podía haber algo peor. Y estaba seguro que Justin lo sabía, pero no quería aceptarlo. No lo culpaba, él también quería creer que cruzando esa puerta todo terminaba.

Deseó con toda su fuerza que realmente Justin estuviera bien.

No estaba seguro cuánto tiempo había pasado, quizás más de la hora cuando escuchó pisadas acercándose de prisa junto con algunos gritos.

—¡No hay libertad! —Gritó Justin aporreando la puerta— ¡Somos mascotas!

De pronto, el aporreó cesó cuando se escucharon dos disparos. Scott estaba más cerca de la entrada y pudo sentir el pequeño temblor de suelo cuando el cuerpo de Justin chocó contra él.

Sintió el pánico crecer y el corazón acelerado.

No, no podía aceptar que esto podía ser peor... Que su vida sería peor. Cualquiera pensaría que tenía todo para ser feliz: padres, un hogar, estudios y la comida que quisiera. Entonces, ¿por qué sentía cada día que estaba en un maldito infierno? ¿Era el precio a pagar por haber nacido con todo? De todas maneras no importaba, quería regresar.

Scott [Precuela de Adam]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora