Capítulo 44

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Hasta que el taxi que había pedido no estuvo a punto de llegar, no se dio cuenta de que no tenía la dirección de Abel.

Así se la cruzó una señora paseando a su perro tranquilamente: vestida de fiesta, parada en medio de la acera, y riendo como una histérica.

Por suerte, Jake era bastante rápido en responder, y para cuando se subió a la parte trasera del vehículo pudo decirle un destino sin quedar como una imbécil (no más de lo normal, al menos).

Después de unos veinte minutos recorriendo la ciudad sin tráfico, el conductor puso el freno de mano y dijo que habían llegado. Bianca miró a su alrededor. Se había quedado pensando durante todo el trayecto, y no sabía ni por dónde habían ido.

Cuando salió, no se sorprendió de ver que estaba al final de una urbanización de casas muy separadas, y que tenía frente a sí un muro y una vaya cerrada que daba a un camino largo de tierra que, al fin, terminaba en una casa más o menos igual de grande que la de Killian.

Bianca dejó salir una exhalación pesada. ¿Ahí era donde Abel había pensado que vivirían juntos? Era... impresionante. Un poco demasiado para su gusto, pero no podía negar el pinchazo de nerviosismo y emoción que le dio al verla.

—Oiga, el dinero.

Bianca se dio la vuelta tan rápido que no supo ni cómo no se había caído, y rebuscó en su bolso hasta encontrar la cartera. Por el camino, se le cayó un paquete de chicles, unos pañuelos y el pintalabios que había usado.

—Perdón, perdón —dijo, apresuradamente mientras le daba el dinero—. Estaba distraída, no me di cuenta.

El taxista la miró con el ceño fruncido.

—¿Estás segura de que sabes a dónde vas? —le echó una mirada a su ropa y luego a la enorme y distinguida casa al fondo, con claro escepticismo en los ojos, y movió un poco la boca, haciendo que el enorme bigote se bamboleara en el aire.

Bianca se tragó el pinchazo de vergüenza. No iba vestida como para entrar en esa casa, eso era verdad. A saber qué se estaba pensando aquel hombre.

—Sí, muchas gracias —le despidió.

Esperó hasta que el coche desapareció después de un par de minutos tras una calle para darse la vuelta con una respiración profunda para coger fuerzas.

Entonces se dio cuenta de que, si Abel no quería verla, tendría que llamar a otro dichoso taxi. Y, como viniera el mismo conductor, seguramente se caería al suelo muerta en el acto por la vergüenza.

—No voy a pensar en eso. Nop. No. Va a salir bien —se dijo, mientras se acercaba al timbre que había al lado derecho de la verja.

Vio que había una pequeña cámara, y cerró los ojos al pensar que Abel la iba a ver en cuanto llamara. Si no quería responder, no iba a poder hacer nada.

—Hazlo ya —se instó, con la mandíbula apretada.

Antes de poder arrepentirse, pulsó el botón plateado durante un par de segundos y aguantó la respiración. Sentía los latidos del corazón en sus oídos, y por un momento pensó que le había bajado la tensión.

Después de lo que le parecieron minutos de espera, empezó a pensar que Abel no iba a responder. O quizás no lo había escuchado. Normal, con una casa tan enorme, debía ser difícil escuchar cada vez que alguien le llamaba. ¿Debería llamar otra vez? ¿Y si sí lo había oído, pero la había visto y no quería responder? No quería ser pesada, no quería molestarle. Además, sabía que insistir no iba a servirle de nada, porque entonces él se alejaría más aún y...

Sublimación (Evitación parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora