Capítulo 14

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A veces, cuando el bar no cerraba muy tarde y Giles y ella salían al mismo tiempo, su amigo decidía que no tenía tantas ganas de ir a casa y la acompañaba para que no se fuera sola.

Bianca siempre se aseguraba de decirle mil veces que no era necesario, que ya había ido sola muchas veces y que no pasaba nada, y él respondía mil y una que no le importaba y que si no quería pasar más rato con él. Era casi una tradición.

Poco a poco, Bianca se iba sintiendo menos mal de robarle tiempo a su amigo e insistía menos. Ese día en concreto estaba muy cansada y, aunque nunca lo diría en voz alta, se alegraba mucho de su compañía.

—Pues Lydia dice que a lo mejor cuando se mude aquí adopta un gato —comentó Giles en cuanto se alejaron una calle del bar.

Bianca le miró con curiosidad mientras se ahuecaba un poco la camiseta. A pesar de que era casi la una de la noche, hacía un calor tremendo. Y haber estado de un lado para otro durante horas no ayudaba.

—¿En serio?

Su amigo la miró. Le brillaban los ojos, y estaba claro que le encantaba la idea de que su hermana pequeña viniera a vivir a su misma ciudad.

A pesar de que cuando ella había estado allí no había parado de quejarse de todo lo que podía.

—Siempre lo ha querido —informó, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón vaquero—, pero mis padres nunca nos han dejado.

—¿Y eso? —preguntó Bianca, recordando al pequeño perro que había tenido ella hasta los quince años.

Aún le echaba de menos de vez en cuando.

Giles se encogió de hombros.

—Decían que era mucho trabajo y que seguro que luego se iban a terminar ocupando ellos. No eran capaces de cuidar a dos hijos e iban a cuidar a un gato —bufó.

Bianca le miró con un poco de tristeza. Estaba claro que Giles tenía mucho rencor hacia sus padres y, conociéndole, era muy probable que ese sentimiento estuviera más que justificado. Ella no podía quejarse de los padres que le habían tocado. Siempre se habían preocupado de la felicidad de su hermano y ella, y cuando no habían podido darles lo que querían, se habían asegurado de explicarles las razones para que lo entendieran. Al menos en su adolescencia.

Bianca no había llegado a ser una adolescente rebelde o que cometía locuras, y sabía que en parte era debido a los padres que había tenido la suerte de tener.

Miró al cielo con una pequeña sonrisa, agradeciendo que siempre fueran a estar ahí para ella. Aunque fuera lejos.

—Bueno —comentó, tratando de no pensar mucho en el tema—, en ese caso supongo que me tendré que pasar la vida en casa de tu hermana.

Giles la miró con una sonrisa ladeada.

—¿Te gustan los gatos?

Bianca asintió.

—Me encantan. Si el casero nos hubiera dejado, Ione y yo hubiéramos adoptado uno.

—Oye, ¿ese no es tu amigo Dawson?

Bianca siguió la mirada de Giles, y se encontró mirando al moreno de frente. Estaba a unos portales de distancia, quieto, mirando al móvil muy concentrado. Ella arqueó las cejas y apresuró un poco el paso.

—¿Esperas a alguien? —murmuró, con el tono más seductor que pudo.

Dawson alzó la cabeza de golpe, mirándola con los ojos muy abiertos. Cuando se dio cuenta de quién era, puso los ojos en blanco y sonrió.

Sublimación (Evitación parte 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora