Capítulo 32

14 1 0
                                    

Ione le había hecho tortitas.

Una montaña.

Y había comprado nata, sirope de chocolate, sirope de arce, y fresas.

Se lo había traído a su habitación con una taza de chocolate caliente, le había dado un beso fuerte en la frente al verla ahí sentada en la cama, le había dicho que la quería y se había ido. No sabía si se había ido de la casa o simplemente a su cuarto, pero sabía que no iba a entrar de nuevo a no ser que ella se lo pidiera.

No se lo pediría.

No tenía ni un poco de hambre, pero a su nariz le gustaba mucho el olor de las tortitas recién hechas, así que se forzó a coger una, echarle sirope de chocolate, enrollarla como si fuera una creppe y comérsela mientras veía la pared de en frente con la mirada perdida. Acababa de colgar el teléfono tras la llamada de su hermano que la había despertado. Ella misma le había mandado un mensaje la noche anterior, más o menos a la hora en la que sabía que su hermano se levantaría, con muchos emoticonos de corazones. Era un mensaje de mierda, pero no sabía qué más decir. Su hermano, que era mucho mejor que ella en esas cosas, había tenido la valentía de llamarla para hablar un rato. No habían hablado de sus padres exactamente, solo de cómo se encontraban y cómo había pasado él su día y cómo lo iba a pasar ella, pero había ayudado un poco. No se sentía tan sola, a pesar de que él estuviera a más de nueve mil kilómetros.

Se sentía culpable por haberse pedido el día por problemas de salud. Tan solo había trabajado dos días desde la playa, y ya había tenido que llamar para decir que se encontraba fatal y no iba a poder ir hoy. Lo cual no era una mentira. Pero la hacía sentir débil.

Sabía que la pérdida era una cosa muy personal, y que cada uno tenía sus maneras de lidiar con ello. Su primer año después del accidente había sido un caos. Había sido completamente insoportable. Incluso cuando se había venido a Estados Unidos, a pesar de que su comportamiento autodestructivo había parado hacía tiempo, había sentido un vacío doloroso durante meses.

El segundo aniversario había empezado ese extraño ritual. Se permitía regodearse en su dolor y miseria un día al año. Un día. Ese día. Podría pensar en todo lo que había perdido, lo que podría haber sido. En sus padres. En su futuro. En ella misma. Porque una parte de ella se había muerto ese día. Podía pensar en todo eso.

Según pasaba el día, sus pensamientos solían tornarse cada vez menos amargos. Recordaba las cosas buenas, recordaba los planes que le gustaría hacer a sus padres, las cosas que sabía que querrían que ella hiciera. Se daba fuerzas a sí misma para hacerlo.

No le gustaba estar con gente ese día. Sabía que era doloroso de ver. También era doloroso de sentir, pero debía hacerlo para seguir bien con su día a día, para poder sonreír sin sentirse culpable, para no embotellar siempre sus emociones. Había días buenos, y había días en los que se acordaba de ellos y no evitaba llorar. Pero ese día era su día de luto y de recuerdo. No sabía si era sano hacer eso, pero ella sentía que le sentaba bien.

Se limpió las manos en una servilleta y cogió el móvil de su mesilla de noche. Tenía varios mensajes en un grupo de clase, treinta en otro grupo que era sobre todo Joel hablando de los vídeos que les había enseñado el día anterior, un emoticono de corazón rosa de Ione de hacía una hora, y un mensaje de Giles de que estarían en LA el día siguiente. Eso estaba bien, no quería tener que decirle a Lydia que no iría a verla en su primer día en la ciudad.

Por supuesto, ningún mensaje de Abel. No lo esperaba, pero una parte de ella lo quería.

No le había dicho nada sobre ese día. No había tenido oportunidad, y tampoco creía que le hubiera salido. No era una conversación que le gustara tener. De una forma retorcida, casi era hasta una suerte que él se hubiera enfadado por una tontería como que estuviera con Dawson.

Sublimación (Evitación parte 2)Onde histórias criam vida. Descubra agora