Capítulo 5

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Bianca terminó de fregar sus platos mientras escuchaba un programa de hacer tartas en la televisión. Siempre le daba ganas de intentar ella algo, pero nunca se ponía. Y sabía que le saldría un desastre.

Cuando terminó de recoger todo, se tiró al sofá y empezó a cambiar de canal en busca de alguna serie o película que pareciera interesante. Encontró un capítulo de White Collar, pero ya lo habían echado hacía pocos días, y no le apetecía volver a verlo de nuevo tan pronto.

Suspiró y apagó la tele.

Ione se había ido después de comer con Lewis, y probablemente no volvería en toda la noche. Odiaba admitir que no sabía qué hacer.

Tan solo eran las diez de la noche y ya estaba aburrida de estar sola.

Puso a calentar un vaso de agua en el microondas y sacó un sobre de manzanilla de uno de los armarios. Después fue a su cuarto y se puso unas converse sin siquiera molestarse en ponerse calcetines. Subiría a la azotea a ver si podía despejarse un rato viendo la ciudad.

En cinco minutos estaba saliendo por la puerta, vaso humeante en una mano y llaves de casa en la otra.

Cuando abrió la puerta, en seguida vio una figura a contraluz apoyada en uno de los muros de la azotea, que se giró para mirarla en cuanto escuchó el sonido de la puerta abierta.

Por supuesto que tenía que ser Abel.

Bianca se quedó paralizada sin saber qué hacer, pero él tampoco pareció hacer amago de nada. Ya habían pasado cuatro días desde que llegaron, y él no se había dignado a intentar hablar con ella. Por su parte, Bianca no había vuelto a mandarle ningún mensaje —a pesar de que le había costado mucho resistirse—, porque no estaba dispuesta a dejarse su orgullo así de golpe.

Así que estaban en un limbo.

Tentativamente, dio un par de pasos hacia él. Abel se había girado en cuanto vio quién era ella, y estaba haciéndose el loco de una manera muy poco sutil.

Quizás lo mejor hubiera sido irse hacia otro lado de la azotea, o directamente haber vuelto a casa y ponerse una película en el ordenador, pero Bianca tampoco solía tomar las mejores decisiones en lo que a Abel respectaba.

Suficiente que había aguantado todos esos días sin ir a buscarle para intentar hablar las cosas. Odiaba esa tensión.

—Ey —susurró, casi con miedo por su reacción, acercándose a su lado.

Él siguió fumando y mirando a la nada y no respondió. Le pareció que tenía la mandíbula apretada y una expresión de cabreo mal disimulada.

Bianca esperó un rato. Dio un trago a su infusión, que seguía un poco caliente. Suspiró y se apoyó en el borde para mirarle de lado.

—Oye, sinceramente no sé por qué te estás poniendo así —soltó de una, intentando no sonar tan indignada como se sentía para no empeorar las cosas—. Ya hablamos de... bueno, de nosotros antes de que te fueras. No tiene sentido.

Él se giró hacia ella, y sintió el enfado en su mirada. Tiró con fuerza la colilla del cigarro a la calle.

—Bueno, discúlpame pero no esperaba que la primera vez que nos fuéramos a ver ya fueras a estar restregándote con otro en el pasillo —escupió.

Ella se encendió.

—Y yo tampoco me esperaba ver cómo le metías mano a una francesa hace tres meses, pero a veces las cosas no salen como esperamos —casi gritó, furiosa. Dejó el vaso encima del pequeño muro porque sino temía tirárselo todo encima. A sí misma o a él, no estaba segura.

Sublimación (Evitación parte 2)Where stories live. Discover now