Capítulo 5

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Sus dedos cumplían muy bien con su tarea, de hecho Leyre no se sorprendió cuando sus piernas temblaron y un asolador orgasmo atravesó su cuerpo.

Su agitada respiración tardó en volverse normal otra vez, sus ojos no se abrieron pues la vergüenza todavía la estaba consumiendo. Las manos de Richard la mantenían en pie, sabía que le costaría mantener el equilibrio tras ese mareo.

—¿Estás bien?— preguntó presionando sus labios contra su cuello.

—Lo estoy.— le hizo saber.

Él la giró, quedando ahora cara a cara, y llevó una de sus manos hasta su rostro. La yema de sus dedos acarició con delicadeza sus facciones antes de que sus labios dejaran un pequeño beso en la punta de su nariz.

—Abre los ojos.

—No quiero...

—No te he preguntado si querías abrirlos, te ordené que los abrieras.— murmuró con una sonrisa burlona en sus labios.

Leyre bufó resignada antes de abrirlos, sus mejillas se volvieron rojas en cuestión de segundos al darse cuenta que la abrasadora mirada del dominante estaba fija en ella.

—¿Qué pasa, preciosa? — preguntó enredando un mechón de su cabello en su dedo índice.

—Me siento muy avergonzada.— confesó bajando la mirada.

Los dedos de Richard se posaron en su mentón para volver a alzar su cabeza y que sus ojos se posicionaran sobre los suyos una vez más.

—Tienes unos ojos hermosos, no me prives de mirarlos.— susurró antes de relamerse los labios —. En realidad, todo en tu cuerpo es una belleza así que vamos a trabajar en ello.

Leyre frunció ligeramente el ceño, confusa por sus palabras y también por sus gestos. Sabía que no tenía que entenderlo sino obedecerlo, así es como funcionaban las cosas allí. Pero no estaba segura de si ella pertenecía a eso.

—Desnúdate.

El calor abandonó su cuerpo de inmediato y toda la sangre se agolpó en sus pies, pasó saliva por su garganta de una forma lenta y tortuosa.

—¿Disculpa?

—No voy a repetirlo, tú sabrás si obedecer o no.— dijo con una sonrisa ladeada en los labios—. Eres la dueña de tus decisiones, pero date cuenta de que estas pueden darte recompensas o castigos.

—No puedo hacerlo.— dijo en un susurro, su mirada recorrió rápidamente el local, todavía había personas con su atención fija en ellos y sabía que si se quitaba la ropa habría todavía más—. Tengo vergüenza.

—La vergüenza se deja fuera antes de entrar a CNCO.— dijo mientras tomaba su mano y la guiaba por el club.

La chica lo miró totalmente confusa pero cuando el frío del exterior golpeó su piel cayó en cuenta de lo que estaba pasando.

—Se supone que no tendría que ser de forma literal.— se quejó.

—No te quejes y deja la vergüenza.— murmuró encogiéndose de hombros.

—¿Y cómo se supone que debo hacer eso?— cuestionó, acto seguido dejó escapar una bocanada de aire—. Bésame.

—El que da las órdenes aquí soy yo, preciosa.— le recordó alzando una ceja.

Leyre optó por la segunda porción: besarlo ella a él.

Posó sus manos en su nuca y juntó sus bocas, las manos del dominante no tardaron en viajar hasta sus nalgas y su lengua empezó a deslizarse dentro de la boca de su acompañante.

Sus dedos apretaron sus nalgas sobre la tela de su pantalón y la acercó hasta que sus pelvis chocaron.

Un gemido se escapó de los labios de la chica, lo suficiente para que Richard supiera que esa era lo ella necesitaba para dejar la vergüenza a un lado.

Necesitaba que las sensaciones placenteras le hicieran olvidar la vergüenza, las ideologías y la moral. Y a él se le daba de puta madre el doloroso placer que tanto ansiaba.

Sus manos se deslizaron por debajo de la tela de su ropa y acariciaron su piel con extrema lentitud, haciéndole desear más que el simple roce de sus dedos.

—Por favor, señor... — suplicó sobre sus labios, Richard no dudó en atrapar su labio inferior con sus dientes mientras que sus dedos atrapaban sus pezones, aplicó la suficiente presión en ambos toques para que la chica gimiera con ganas.

—Me encantaría escucharte gemir toda la noche.— susurró relamiendo sus labios, mojando los de su acompañante debido a su acercamiento.

—A mi también me encantaría.— confesó, su corazón latía desenfrenado en su pecho, las ideas racionales se habían nublado por completo y lo único que quería era a él.

Richard sonrió satisfecho, había cumplido con su objetivo.

—Calentar la comida para después no comerla es de mala educación.— dijo mientras sacaba sus manos del cuerpo de ella—. Entra, vamos a continuar en lo que estábamos.

—¿Y en que estábamos...?— cuestionó haciéndose la perdida.

—En la parte donde te quitabas la ropa.— le guiñó un ojo a la vez que le daba una nalgada.

Leyre saltó mientras que un jadeo se escapaba de sus labios, no le desagradaba y no tendría problema en hacerlo día tras día.

Miró al hombre frente a ella y tras regalarle una breve sonrisa caminó dentro del club, le inspiraba confianza, le hacía sentirse segura y mejor que nunca. Podría ser muchas cosas, pero hasta el momento nada malo.

Doloroso placerWhere stories live. Discover now