Capítulo 12

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Por supuesto que lo estaban, la pregunta era incluso ofensiva. No podía pretender ir con esa sonrisa seductora y las palabras cachondas y después pretender que su intención no era mojarle las bragas.

No necesitaba siquiera aplicar sus encantados, había algo llamado "imaginación" que en ocasiones servía de ayuda.

¿Era posible mojarse con solo pensar en el maestro Camacho?

La respuesta era un rotundo si, no era Leyre la primera chica que lo hacía y estaba segura de que tampoco sería la última. El hombre era caliente, la persona que no se pusiera cachonda con él tal vez tenía un problema.

Una conocida canción de Shawn Mendes sonaba en el club cuando Richard guió a la joven a la cuarta sección. Los nervios no hacían más que aumentar en su cuerpo con cada paso que daba, no sabía que era lo que le esperaría allí, ni las prácticas realizadas ni las sensaciones experimentadas.

La oscuridad invadía los pasillos, dándole un toque misterioso e incluso atractivo a su forma de pensar.

—Las personas que te encuentres ahí dentro son aprendices, todos ellos están aprendiendo a ser unos buenos dominantes.— explicó con la voz pausada—. Y ellas han consentido todo tipo de práctica que se esté a dar.

—Tus advertencias sólo me indican que eso tiene pinta de ser horrible.— murmuró por lo bajo.

—No es para nada horrible, créeme. Tal vez algo impactante a simple vista.

Leyre tragó saliva mientras asentía, había visto algunas escenas en películas e incluso se las había imaginado al leer algún libro... Pero la realidad era siempre muy diferente.

—Mantén la calma.— pidió tomando su mano y entrelazando sus dedos—. Creo que hasta yo estoy escuchando el desenfrenado latir de tu corazón, no debe de ser muy gustoso.

—No es mi culpa que causes este tipo de sensaciones en mi cuerpo.

—No soy cardiólogo pero no tiene pinta de ser algo sano.— murmuró divertido—. Hablo en serio, Leyre, si no te calmas no entramos.

Ella frunció el ceño, no podía pedirle eso cuando estaban frente a la entrada de la tan ansiada cuarta sección.

—No me jodas.

—No lo hago, si lo estuviera haciendo la situación sería un tanto diferente.— respondió alzando sus cejas.

Las mejillas de la chica se tornaron rojas, la facilidad que tenía él de darle una vuelta a las cosas era increíble.

El maestro se dedicó a acariciar su mano con su dedo pulgar durante unos instantes, transmitiéndole la calma y confianza que necesitaba en esos momentos.

—¿Podemos entrar, por favor?— le pidió ella mientras miraba su acción.

—Claro, preciosa.— respondió sonriendo de lado.

A Leyre no le hizo falta pedírselo una segunda vez ya que él abrió la puerta dejándola entrar a ella primero, recorrió el amplio lugar con la mirada antes de soltar un suspiro. Había al menos una docena de personas allí dentro y todas ellas parecían estar muy seguras de lo que hacían.

No le tomo importancia a las personas que gemían de forma desvergonzada ni a las que parecían estar disfrutándolo. Su atención se la llevó por completo aquella gente que lloraba, la que su piel estaba marcada o la que parecía ser más rudo de lo habitual.

—¿No le duele?— cuestionó por lo bajo.

—Probablemente si, pero solo un poco... El placer que siente es mucho mayor.— le aseguró, ni siquiera estaba seguro a qué tipo de práctica se estaba refiriendo ya que sus ojos no se habían despegado de ella. Le gustaba ver las emociones cruzar por su rostro, el hecho de que fuera una chica muy expresiva ayudaba a la causa y también que él sabía leer a la perfección las expresiones y reacciones.

Una de las chicas allí presentes alzó la mirada nada más escuchar la voz del dueño del club, sus ojos quedaron fijos en él más tiempo del que deberías y el chico con el que se encontraba se dio cuenta de ello. No fue capaz de medir su fuerza a la hora de golpear el látigo en su piel, cortándola al instante y arrancándole un grito de dolor.

Richard fue el primero en ponerse alerta y correr hasta allí, Leyre quedó inmóvil en su lugar debido a la impactante situación.

—Lo lamento, señor, yo no medí mi fuerza.– se disculpó el joven.

—No es a mi a quien tienes que pedirle disculpas, idiota.— espetó arrodillándose al lado de la chica—. Ahora lárgate, ya hablaré contigo más tarde.

Él asintió apenado y se retiró de la sección, todos detuvieron sus prácticas para poder centrarse en lo que había pasado.

—¿Cómo te encuentras?

—Bien, creo que solo me tomó por sorpresa.

Él frunció ligeramente el ceño y la hizo girarse, en su espalda estaba la marca del golpe acompañada de una fina línea de sangre.

—Jodida mierda.— dijo por lo bajo, alzó la mirada a uno de los aprendices y le indicó que se acercara—. Encárgate de limpiarle la herida, si más tarde le duele demasiado la llevas al médico.

—Si, señor.— respondió él dando un ligero asentimiento.

—Muñeca, me encargaré de que no vuelta a ocurrir algo como lo que hoy.— susurró acariciando su cabello.

Pasados unos segundos empezó a buscar a Leyre con la mirada y al no encontrarla se levantó apresurado.

—Se ha ido, señor.— le hizo saber una de las sumisas que estaba cerca de la entrada.

Richard asintió antes de salir de la sección soltando maldiciones, tal vez no había sido tan buena idea llevarla a la cuarta sección. No quería que ahora pensara que esas cosas pasaban muy habitualmente, pensar que ella le tendría miedo lo aterraba demasiado.

Doloroso placerWhere stories live. Discover now