Capítulo veintitrés

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𝑪𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒕𝒓𝒆́𝒔... 

 𝑻𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐́𝒏

Esa noche, la oscuridad había desaparecido. El cielo se encontraba pintado por diferentes tonos celestes, al igual que unos rosas y amarillos. El aroma que se percibía en el ambiente era dulce, como si cada una de las flores del lugar hubieran liberado su fragancia y hecho una combinación de olores perfecta. Mientras que los pájaros musitaban una maravillosa melodía, volviendo aquél día uno asombroso.

En lo que colocaba las llaves sobre la cerradura de mi puerta, pude sentir como si todo el ambiente comenzó a decaer. Cada vez eran menos las aves que cantaban, al mismo tiempo que el bello aroma de las flores iba desapareciendo. El cielo por otra parte, empezó a teñirse de un azul deprimente y montones de nubes lo llenaron por completo. Llegando a un punto, que sin darme cuenta, todo se llenó de oscuridad y tristeza.

Entre en mi hogar mirando al suelo, intentando no prestarle atención a mi alrededor. Pero en el momento que levanté la vista, me llevé una gran sorpresa. Todo se había vuelto completamente negro, como si las luces estuvieran apagadas. La puerta que anteriormente se encontraba a mis espaldas desapareció en un instante, logrando así que me quede atrapado en aquella habitación.

Poco a poco, comencé a adentrarme en la oscuridad, creyendo ingenuamente que encontraría nuevamente la jaula, pero en realidad eso nunca ocurrió. Lo único que conseguí visualizar fue a Alex. Él se hallaba arrodillado en el suelo, con los brazos y piernas atados. De cada una de sus extremidades, salían unas cadenas, las cuales parecían no tener fin. Estas arrancaban en su cuerpo, para luego perderse entre la oscuridad del ambiente. Dejándome a mi completamente confundido, sin poder saber a que se encontraba encadenado.

Por otra parte, el cuerpo de Alex se hallaba casi desnudo. La única prenda de ropa que lo tapaba era un bóxer negro, el cual parecía algo deteriorado. Aunque en ese momento, había otro detalle que me llamaba más la atención. Desde su cuello, hasta la punta de sus pies, se encontraba repleto de marcas de manos. Algo que inconscientemente me hizo acercarme, para así poder apreciar mejor el estado en el que se encontraba.

Él estaba con la cabeza en dirección al suelo, pero al estar a centímetros de distancia el uno del otro, pude oír como intentaba reprimir ciertos sollozos. Aunque fue en vano, ya que poco a poco estos se transformaron en lagrimas, que caían a través de sus mejillas, hasta finalmente estamparse contra el suelo. Mientras que por otro lado, su cuerpo se veía sudado y tembloroso, como si algo lo estuviera aterrorizando. Además, entre más observaba las marcas, estas parecían deslumbrar con mayor intensidad. Como si se tratara de las pistas de un crimen.

En eso, pude ver que alguien se encontraba detrás de Alex, del cual antes no me había percatado. No llegaba a distinguir su rostro por culpa de la oscuridad, pero sí sus manos. Aquellas putas manos que se dirigieron al cuerpo de Alexander sin dudarlo ni un momento, y que poco a poco comenzaron a tocarlo por todas partes. 

Al instante intenté impedirlo de forma desesperada, pero gracias a ello pude percatarme que yo era como un fantasma, ya que mis manos lo atravesaban y me era imposible ayudarlo. Algo que me llenaba de odio e impotencia, al no poder frenar a ese enfermo, el cual seguía manchando el cuerpo del chico con sus sucias manos. Aunque eso no fue lo peor de todo.

En un movimiento repentino, tomó el rostro de Alex y acabó besándolo. Quedando las caras de ambos enfrente de mis ojos, y logrando que finalmente pudiera observar que la otra persona no era ni más ni menos que Leonardo.

—Sos un hijo de puta....—Salió por mi boca, al ya no ser capaz de contener el inmenso odio que había crecido en mi interior.

Creí que mis palabras iban a ser en vano, ya que a fin de cuentas parecía ser invisible para ellos, pero ese no fue el caso. Después de todo, en ese mismo instante, la mirada de Alex se elevó por un instante. Causando que nuestros ojos se observaran, y pudiera apreciar el rostro deprimente que traía el pequeño. Logrando así que mi estomago se revolviera por completo, mientras me carcomía la culpa por no haber sido capaz de detener la situación.

¿Y si no es un sueño...?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora