Capítulo doce

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𝑪𝒂𝒑𝒊́𝒕𝒖𝒍𝒐 𝒅𝒐𝒄𝒆 

𝑼𝒏𝒐 𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓𝒂 𝒕𝒐𝒅𝒐𝒔...

Realmente no tenía ganas de ir al colegio. Mi mejor amigo no iba a ir, y eso significaba que tendría que soportar a mis compañeros. Con todas sus burlas y provocaciones físicas, por simplemente ser alguien callado, que no conversaba con el resto del curso. Aunque la justificación era sencilla. Me parecían unos imbéciles, y nunca quise intercambiar palabra con ninguno. Para ellos solo era un chico raro, y utilizaban aquellas estupideces como escusa para acosarme diariamente. Cuando me juntaba con Thomas, todos me miraban con desprecio, pero la cosa no pasaba a mayores. Tal vez porque mi amigo era bastante querido, gracias a su personalidad agradable. Mientras que yo era solamente un pedazo de mierda fácil de molestar. Después de todo, nunca reaccioné ante sus provocaciones. Contenía todos mis impulsos, para de esa forma ahorrarme otros problemas. Sabía que si llegaba a golpearlos, solamente conseguiría consecuencias negativas. ¿Por qué? Porque la escuela es una mierda, y solamente verían un acto de agresión, sin importarles en lo más mínimo el trasfondo de los hechos. Algo que generaría que fuera sancionado, y posteriormente se encargarían de llamar a mis padres. Causando que mi madre al enterarse, me castigué por "mi mal comportamiento". Mientras que mis compañeros quedarían como las victimas agredidas, y podrían utilizar eso para seguir burlándose. 

Luego de analizar todo, tenía menos ganas de ir a la institución. Aunque para mi desgracia, todos mis deseos no eran más que fantasías sin sentido, ya que me encontraba obligado a asistir. Yo no era una persona que hablara sobre sus problemas con alguien, y eso incluía a mi madre. Por ello, si llegaba a decirle que quería faltar porque mi amigo no asistía, las palabras que escucharía de su boca no serían para nada bonitas. Tenía dieciocho años, así que aquel motivo ya no servía a mi edad. Y no pensaba contarle lo que estaba ocurriendo, ya que en caso de hacerlo, intentaría ayudarme. Ya sea cambiándome de institución o yendo a hablar al colegio, y no quería que sucedieran ninguna de esas dos opciones. Tan solo me quedaba un año de clases y quería terminarlo lo antes posible. Además que dejaría de ver a Thomas, y eso no me agradaba en lo absoluto. 

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Una vez que llegué al salón, ingresé sin siquiera decir una palabra. Los gritos de mis compañeros al rededor, el descontrol de todos sentándose en sus asientos y el deseo de que no llegara el profesor me parecían hechos desagradables. No veía la hora que todo eso se terminara, para poder regresar a mi casa y acostarme sobre mi cama. En donde miraría el techo de mi cuarto, para acabar yendo a fumar un rato. Claro, esto a escondidas de mi madre, ya que ella no tenía la menor idea de mis pasatiempos. Debido a que si llegaba a enterarse, me recalcaría lo mal que estaba fumar, y un sin fin de cosas que ya sabía. Además, el problema no acabaría ahí, gracias a que ante sus ojos pasaría a ser un drogadicto. Y detestaba que ella solo viera en mi cosas negativas. No importaba lo que me esforzara en ser un buen hijo, nunca podría estar a la altura de lo que deseaba que fuera. Estaba destinado a vivir la angustia de una vida llena de golpes, en donde la felicidad se volvió algo desconocido, al ser carcomida por la mierda que me invadía. 

Finalmente, me dirigí hasta el fondo del salón en busca de un asiento, con la pequeña esperanza de pasar desapercibido y que el tiempo pasara más rápido. Lo que no pensé, es que haciendo esa jugada, ocasionaría un problema distinto. 

—Hey taradito, salí de ahí y ándate a tu lugar.—Comentó uno de ellos, mientras sus amiguitos se reían.—¿O tenés ganas de solucionar las cosas de otra manera?

Yo simplemente los miré de reojo y me levanté con bastante enfado, pero sin decir ningún comentario. Acabé tomando mi mochila y dirigiéndome a mi asiento, buscando así que dejaran de molestarme. Mientras me sentía un completo estúpido por creer que me dejarían tranquilo, ya que solamente por lo ocurrido, comencé a escuchar burlas provenientes de esos imbéciles. Me cambié de lugar como querían y ni siquiera les respondí, pero eso no les parecía suficiente. Necesitaban llenar sus cuerpos de odio, avivando el fuego, para que los otros pelotudos les aplaudieran. Y como mencioné anteriormente, a las autoridades no les importaba. Aunque la profesora estuviera dando su clase, y obviamente escuchaba lo que mis compañeros decían, ella no hacía ninguna acotación. Prefería hacer oídos sordos, para de esta forma ahorrarse trabajo.

¿Y si no es un sueño...?Where stories live. Discover now