36 km/h

9.6K 509 644
                                    

Estoy sentada en una silla cómoda, con las piernas cruzadas a lo indio, vestida solo con una camiseta negra que me está enorme de manga corta, un tazón de cereales del que voy comiendo una cucharada entre foto y foto y mi ordenador delante. Es un lujo poder usar el de sobremesa para editar (me gusta mucho más que el portátil) y poder hacerlo con tanto silencio. Bueno, ahora, porque hace diez minutos mi banda sonora eran los ronquidos suaves del kamikaze, pero parece que ya se ha calmado.

Guardo la foto que acabo de editar, me llevo una nueva cucharada de cereales a la boca y, mientras mastico, giro la silla para ver al kamikaze, todavía frito en su enorme cama. No se ha despertado y yo llevo prácticamente una hora en pie. Ya me he duchado y todo, pero eso no ha perturbado su sueño. Raro, porque la otra vez se despertó por eso mismo.

Está muy mono cuando duerme. Al menos mientras no ronca como un cerdo. Sus labios se ponen en forma de puchero, sus mejillas parecen mucho más hinchadas y el conjunto, en general, me recuerda más a un niño pequeño que al adulto que sé que es. Aunque, en realidad, cuando no duerme, el kamikaze a veces tiene actitudes de lo más infantiles. Por ejemplo, esas ganas constantes de cariño. Y aunque al principio se me hacía raro (bueno, todavía me cuesta), creo que ya me he acostumbrado y que eso también me gusta de él. Por eso, cuando veo que se gira y estira los brazos en el lado en el que había estado durmiendo, sonrío y giro la silla de nuevo para seguir trabajando. No me queda mucho, en realidad, pero tampoco creo que a él le queden muchas horas de sueño.

Podría acostumbrarme rápidamente a esto; a despertarme a su lado, ducharme en un baño más grande que el espacio que ocupo en casa de Minnie, escucharle a él de fondo en vez de las quejas de la compañera de piso de mi amiga (mía también por el momento). Podría acostumbrarme a todo esto porque acostumbrarse al lujo es fácil, pero no quiero seguir el camino fácil. Quiero seguir el mío, aunque sea tan complicado como tener que despedirme de él cuando no quiero hacerlo o como encontrar un piso en el que no me timen en Seúl. Aunque bueno, más que por seguir el camino difícil, creo que lo hago porque me acostumbro tan rápido a las cosas que luego me dan pánico los cambios.

—¿Rino?

Su voz suena áspera (normal, porque acaba de despertarse) y confundida.

—Estoy trabajando. Si te vas a duchar, te preparo el desayuno mientras.

—¿El desa... yuno?

Giro un poco mi cabeza para mirarle por encima del hombro. Se ha incorporado y está frotándose los ojos con los puños. Lo dicho: como un niño pequeño. Uno con el brazo lleno de tatuajes, que está buenísimo y que me pone tremendamente cachonda. Así dicho suena un poco pederasta, pero no es culpa mía que me asalten esos pensamientos.

—Sí, el desayuno. Yo estoy comiendo cereales, así que te preparo un bol si quieres.

—¿Estás bien?

—Claro, ¿qué te hace pensar que no?

—Que quieres prepararme... el desayuno.

Deja de frotarse los ojos y me mira con ellos muy abiertos. Cuando alza una ceja, veo que ya vuelve a ser él completamente (el adulto que me pone como una moto), así que paso de sentirme mal y bufo antes de girarme.

—Pues ahora te lo preparas tú, por listo.

—No, no, no, no. Voy a la ducha pitando. Prepárame un bol, ¿vale? —No respondo y sigo trabajando, pero él, como es un insistente, se levanta de la cama (lo escucho) y se acerca a mí para susurrar en mi oído—. ¿Vale?

Me da un escalofrío. ¿Algún día me acostumbraré del todo al kamikaze despierto?

—Vale.

—Gracias, novia —susurra antes de plantar un sonoro beso en mi mejilla derecha y apartarse como un rayo de mi lado—. ¡Seré muy rápido!

Outlawed - jjk, knjWo Geschichten leben. Entdecke jetzt