14 km/h

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Una de las cosas que más me gusta hacer cuando voy despertándome del sueño más profundo es... rodar por la cama. Siempre suelo tardar un rato en levantarme porque giro varias veces, deleitándome con lo suaves que son las sábanas, lo mullido que es el colchón o lo a gustito que estoy en ella. Hoy no es la excepción, porque cuando mi cerebro va procesando que estoy consciente de nuevo, giro a mi derecha y estiro las piernas y los brazos, que meto debajo de la almohada. Es muy suave, y cuando bajo la cabeza también compruebo que es muy mullida, porque me recoge a la perfección.

Vuelvo a encogerme al cabo de unos segundos, porque me he estirado demasiado, y giro de nuevo, solo que esta vez choco con algo. Mi cerebro (que todavía no está en plenas facultades), piensa que es la almohada que uso normalmente para abrazarme a ella mientras duermo, por eso la aprieto más. Está demasiado dura, así que hay algo que no me cuadra del todo en la conexión que se ha efectuado en mi cabeza. Aunque desde luego, lo que menos cuadra es que cuando paso mis dedos por la superficie, no sienta la suavidad del algodón. Es más bien como si estuviese abrazándome a mí misma, como si estuviese tocando...

—Mmm...

Piel.

Abro los ojos de inmediato. No sé si es por el murmuro grave o por el momento de lucidez de mi cabeza, pero casi pienso que era mejor tenerlos cerrados y vivir en la ignorancia cuando me encuentro con la cara del kamikaze a escasos centímetros de la mía. Su pelo se extiende por la almohada (algunos mechones todavía pegados a su cara) y cuando veo que en la parte de arriba de su cabeza hay lo que parece un moño en sus últimas, empiezo a ubicarme un poco en el tiempo y en el espacio.

Lo raro es que sigo tan paralizada mirando sus ojos cerrados y su boca abierta, que no he separado mis manos de su... cuerpo. Tengo la izquierda en su hombro, con las yemas de los dedos prácticamente incrustadas ahí, y la derecha en su costado, acariciando distraídamente la superficie. La de su piel, porque no lleva ropa.

Vuelve a emitir otro ronroneo y, cuando vuelvo a mirarle a la cara, su boca se cierra y se contrae en una mueca que hace que los extremos de su boca se llenen de pequeños hoyuelos. Nada preocupante, porque lo que hace que abra los ojos de más y me asuste un poco es ver que el gesto es acompañado de movimiento. El de su cuerpo, que gira en mi dirección, y el de su brazo, que se posa sobre mí dejándome sin aire.

Vale y ahora... ¿cómo salgo de aquí?

La palma del kamikaze está sobre mi espalda y me aprieta más contra él. Parece un puto oso fusionándose con su presa, y yo no quiero ser su comidilla, por eso empiezo a reaccionar (¡al fin!) e intento salir de su agarre haciendo la lagartija. Muevo todo mi cuerpo para poder salir por debajo de su brazo o algo, pero el puto kamikaze no me suelta. De hecho, cuela su pierna entre las mías y yo... carraspeo.

Ni puto caso.

Lo hago otra vez, siguiendo con el movimiento serpenteante de mi cuerpo, y, cuando estoy a punto de rendirme y quedarme ahí de por vida, sus ojos azabaches se abren con dificultad. Estoy tan cerca de su cara que juraría que puedo verle enfocar qué es lo que tiene delante. Su mueca se contrae en confusión, y creo que es el momento de hacerle volver a la realidad para que me suelte.

—Kamikaze, pesas.

Su frente, a esta distancia, también me parece transparente, porque puedo ver sus neuronas colisionando antes de que se dé cuenta de lo que he dicho y afloje el agarre sobre mi cuerpo. Y, aunque yo lo hubiese hecho de golpe como si me quemase, él lo hace increíblemente lento. Podría considerarse tortura.

—A ti... te huele el aliento —responde con la voz todavía tomada por el sueño.

—Acabo de despertarme, gilipollas —me quejo, empujando su pecho para que se separe de mí finalmente. No quiero admitírselo, pero ese comentario no me ha gustado, aunque sea algo perfectamente normal. O sea, no me ha dado tiempo a lavarme los dientes ni a comer nada.

Outlawed - jjk, knjOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz