01 km/h

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—Sí, sí, sí... Pues no sé, espero que acabe pronto, porque estas cosas son un coñazo.... Sí, si ves que se alarga más de dos horas, llámame, que así cumplo y me largo... Sí, claro. Besos. Ciao.... Oye, perdona, ¿puedes cambiar esta canción? Me pone dolor de cabeza.

—Claro —mascullo apartando mi mano derecha del volante para pulsar el botón de siguiente canción que aparece en la pantalla de mi móvil. He puesto una lista de pop internacional a petición expresa de mi jefa, pero la señorita no parece conforme.

—Esta tampoco —me indica. Si miro por el retrovisor, veo que está señalando el móvil con su índice—. ¿Puedes poner alguna en concreto?

«Claro. Espera, que ahora mismo quito las manos del volante para poner tu puta canción y nos estrellamos. Seguro que duele menos».

—Estoy conduciendo, señorita Cebes. Pero puedo pasar la canción si lo desea.

—Pues sí, me encantaría.

Su voz me saca de quicio, lo juro. Así que para que lo vea bien, hago una floritura con la mano antes de poner el dedo sobre el botón y volver a pasarla. Intento mantener la izquierda fija en el volante y la vista en el frente para no estrellarnos (no me pagan lo suficiente como para costearme el médico si nos pegamos la hostia del siglo), pero la derecha la dejo en el botón por si después de los primeros acordes tampoco le gusta.

«A lo mejor la señorita Cebes prefiere el rock alternativo. Tendría que haber puesto mi lista».

La influencer que llevo en la parte de atrás de mi coche me dice que pase la canción al menos cinco veces hasta que suena... Yummy de Justin Bieber. ¿En serio? ¿No había otra?

Por como tararea por lo bajo y se mueve como si fuese un pulpo fuera del agua, le encanta, así que retorno mi mano al volante.

«No me pagan lo suficiente».

Dado que soy auxiliar de fotografía no, no cobro lo necesario. Se tiende a pensar que lo que se paga a los auxiliares es la experiencia, y la remuneración pasa a ser una especie de obra caritativa. Casi lo parece por la suma tan ridícula que supone para mi cuenta bancaria, pero encima me tengo que conformar, porque encontrar un trabajo en el gremio es complicado, muy complicado. Y tengo que tragar mucha mierda si quiere un puesto fijo y sí, esa mierda incluye hacer de chófer para los influencers del momento que posan para mi jefa.

Por raro que parezca, la castaña que tengo detrás cantando una canción horrible de la peor forma posible, también pertenece a ese selecto grupo al que tanto asco le estoy cogiendo. Se llama Elena Cebes y es una influencer de fama mundial. Su historia la verdad es que me hizo gracia, porque me pareció ridícula. Al parecer, la chavala estuvo viviendo en España una temporada y grabó un vídeo comiéndose un kilo de un alimento llamado percebes (que se parecen bastante a micropenes con uña al final) en cinco minutos. Subió su gran hazaña a Youtube bajo el nombre de Elena Cebes, y como la chica es guapa y, encima, internacional, el vídeo se hizo viral. De ahí empezó a hacer tutoriales de maquillaje, más vídeos engullendo como una posesa y hasta hauls de ropa. Ahora las marcas se la rifan para que se ponga sus prendas, y su visita a Corea no ha sido una excepción: todas las empresas del país la quieren a ella y los restaurantes más prestigiosos ya han hecho una reserva a su nombre.

Hoy, en concreto, tenemos una sesión de fotos para un nuevo modelo de Samsung que se dobla. Sinceramente, ese móvil me da miedo, es como si la pantalla se fuese a romper en cualquier momento. Y si no es por eso por lo que me genera ese sentimiento, es porque es un claro signo de que estamos retrocediendo en el tiempo, porque pensaba que los móviles de tapa se habían superado. Pero debe ser que no, porque ahí está ella, en la parte trasera de mi coche, con un puto iPhone último modelo, mientras es trasladada al estudio de fotografía por una simple becaria para posar con un móvil que ni siquiera utiliza. Ironías de la vida.

Outlawed - jjk, knjWhere stories live. Discover now