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Las comidas con mi familia siempre son una mierda. Da igual lo mucho que me prepare psicológicamente para ese momento: nunca es suficiente. Y eso que me esfuerzo. Muchísimo. Por eso me he puesto un vestido negro (sin abandonar mi chaqueta de cuero, porque algunas cosas no se pueden cambiar) y unos botines para que no me digan nada sobre mi atuendo incorrecto. Más que nada, para que no me repitan todo el rato que mi querida hermana siempre va perfecta mientras yo... bueno, soy yo.

Sigo mentalizándome cuando aparco el coche y cuando subo las escaleras de la entrada. De hecho, sigo haciéndolo cuando ya estoy dentro de la casa y mi madre me grita desde el salón que me quite los zapatos antes de pasar. Ahora que lo pienso, menuda tontería ponerme un calzado decente si no iban a salir a recibirme... Pero cómo iban a hacerlo si, cuando entro al salón de la que era mi casa, mi querida hermana ya está sentada a la mesa con ellos. Tiene una sonrisa brillante en la cara y mis padres la escuchan con atención. Sus copas ya están a rebosar de vino, mientras la mía sigue vacía, que es como se va a estar la mayor parte de la comida, porque en cuanto la llenen voy a acabarla en tiempo récord.

—¡Haerin! —me llama mi hermana, que es la primera en levantarse de la mesa para abrazarme con fuerza. Yo le doy dos palmaditas en la espalda cuando creo que me ha estrujado lo suficiente, pero mi perfecta hermana nunca borra la sonrisa de su cara.

—Haewon, cuánto tiempo —digo.

—Hacía mucho que no venías a las comidas familiares, ¿mucho trabajo?

—Mmm... algo así.

«Mira, no me apetecía venir, así que he buscado excusas todos los meses hasta que me he quedado sin ninguna. Supongo que este es mi fin de semana de enfrentarme a cosas que no me gustan una mierda».

—Hija, ¿qué tal?

Mi madre se levanta para rodearme en un abrazo bastante menos emotivo que el de mi hermana y a continuación lo hace mi padre. Él simplemente posa su palma en mi espalda y da dos golpecitos, como dándome la bienvenida; no es que me sorprenda, mi padre nunca ha sido de dar afecto, y la verdad es que yo tampoco se lo he pedido nunca. Ni a él ni a mi madre. Estoy mejor guardando las distancias.

—Sin muchas novedades —miento, porque, evidentemente, confesar que ahora soy un poco ilegal a mis padres no me va a hacer ganarme su respeto—. ¿Vosotros qué tal?

Es una pregunta de cortesía, por supuesto. Por mucho que me repatee, la persona con la que mejor me llevo de mi familia es mi hermana, y ella tiene bastante más relación que yo con nuestros padres, así que si hubiese pasado algo malo me lo hubiese dicho de inmediato.

—Bien, bien. Podemos ponernos al día mientras comemos. Voy a por la comida.

«Bueno, al menos no ha soltado la típica pullita».

Cuando mi madre vuelve con los platillos de acompañamiento y la parrilla para la carne, no me esfuerzo mucho por mantener la compostura y me lanzo al plato de algas aliñadas.

—Parece que es la primera vez que comes en una semana —me reprocha mi madre cuando se coloca la servilleta de tela en el regazo, como toda una señorita.

—Es que lo es.

Ni siquiera replican a mi comentario. Están acostumbrados a que suelte ese tipo de cosas cuando me lanzan sus típicas indirectas. «Qué delgada estás, Haerin». «Vaya, has ganado unos kilos». «¿Sigues trabajando como becaria?».

—¿Está rico? —insiste.

—Riquísimo. Vosotros hablad de lo que estuvieseis hablando...

Es mi técnica estrella: ponerme a comer como una cerda hasta estar llena para no tener que hablar mucho. Pero como este fin de semana no hay ni una sola cosa que me esté saliendo bien, no voy a tener esa suerte.

Outlawed - jjk, knjWhere stories live. Discover now