EXTRA LAP 2

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Lista de cosas que jamás pensé que iba a hacer.

Número uno: escuchar voluntariamente canciones de Justin Bieber.

Es eso lo que suena a través de los altavoces inalámbricos de la cocina. Y sí, suena porque yo lo he puesto. Y lo he puesto porque a mi hijo le encanta la canción del tío este. Se tira todo el día cantándola (culpa del kamikaze), y al final me la han pegado a mí. Aunque nunca admitiré que puede que me haya enganchado un poco; como buena madre, podré justificar que resuene en toda la cocina porque Jungho se come las verduras siempre que la escucha.

Bueno, no siempre.

—Junghonie, cariño... Haz feliz a mamá y cómete eso, ¿vale?

—Quiero leche de plátano...

Se parece mucho a su padre. No solo en su cara, sus ojos o sus gustos, sino en las expresiones que pone. Porque la carita de pena es exactamente la que usa él para convencerme de cualquier cosa. Solo que el kamikaze sé que no llora después de ponerla, pero Jungho sí que lo hace.

—Si te lo acabas todo, ¿vale? Vengaaa, solo te quedan cinco trocitos de zanahoria. Cinco y te pongo un vasito.

El chantaje me funciona tan bien con él como al kamikaze le funciona conmigo, porque infla los mofletes, se pone recto en la silla y coge uno de los cachos de zanahoria antes de metérselo en la boca y empezar a masticar con rapidez.

Suspiro aliviada por no tener otra pelea matutina por el desayuno antes de dirigirme a la nevera y empezar a preparar el vaso de leche de plátano que le he prometido.

—Buenos días, campeón. ¡Qué pocas verduras te quedan! ¿Te las comes antes de que papá se termine su desayuno?

El kamikaze llega a la cocina con el pelo húmedo y se sienta al lado de nuestro hijo, donde ya he dejado preparado su bol de arroz y su ración de verduras. Él lleva mucho mejor que yo eso de comer lo mismo que el crío para que no se sienta solo, así que empieza a zampar de inmediato. Aun así, me ve alzar el cartón de leche de plátano; preguntándole sin palabras si él también quiere. En realidad lo tengo claro, pero me asiente, así que se lo sirvo y le pongo enfrente de su comida el suyo y el del niño.

—Hasta que no se coma las verduras, nada de leche —le advierto y vuelve a asentir.

—Papá, ¡ese es mi vaso!

—Ya has oído a mamá, campeón: cuando te acabes las verduras te lo doy. Rápido, que si no me lo bebo yo.

Bueno, al menos la mirada de disgusto del niño no va solo hacia mí. Parece más enfocada a su padre, que es una amenaza real para su vasito de leche. Por eso ahora come con más ganas. O las finge.

—Vete a la ducha, venga, ya me encargo yo.

—Todavía tiene que vestirse, preparar la mochila y...

—Yo me encargo, tranquila.

En realidad, desde que somos padres, el kamikaze no se ha olvidado casi nunca de sus tareas con el niño, pero uno de mis problemas como madre es que me preocupo demasiado. Por todo. Y eso no se quita de la noche a la mañana. Ni siquiera aunque se haya encargado de preparar al niño para el cole las mismas veces que yo. Porque sí, nos turnamos: ambos nos levantamos a la vez y un día se ducha él primero y al día siguiente invertimos los papeles. Es más justo, porque el kamikaze sabe que si por mí fuera, me saltaría la parte del desayuno. No solo porque el hecho de intentar que el niño coma equilibrado implica que yo también tenga que hacerlo (incluso cuando me da pereza), sino porque cuando no le gusta el desayuno siempre me cuesta mucho que se lo coma.

Outlawed - jjk, knjWhere stories live. Discover now