Capítulo 29

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Alimentado por la cafeína Gabriel se dirigió a Uruguay. Era lo bastante tarde para borrar el problema del tráfico, y lo suficientemente temprano en la temporada para evitar las multitudes. Entró en el camino de entrada a las once y media, sus faros eran la única iluminación en kilómetros.

—No da miedo ni nada —se dijo Gabriel a sí mismo.

Sacó una linterna de alta resistencia y se la llevó consigo cuando salió de la camioneta.

A lo lejos escuchó el rumor del océano y olía el aroma salobre en la brisa. Moviendo la linterna alrededor, comprobó el camino de entrada y el que iba hacia las escaleras. No
había huellas ni evidencias de que alguien hubiera entrado recientemente allí.

Caminó lentamente hacia las escaleras, enfocando la luz en toda la casa. Las ventanas del segundo piso, entonces las del primero. Las esquinas de la casa. Nada fuera de lo común.

En la parte superior de la escalera, Gabriel se detuvo de nuevo. Pasó la linterna por todas partes hasta que una profunda sombra se asentó, pero así y todo, nada le llamó la atención.

Utilizó su juego de llaves para abrir la puerta principal.

Desde el momento en que cruzó el umbral hasta que llegó al panel de alarma, tenía cinco segundos antes de que emergencia fuera alertado y la policía enviada.

Hasta el panel de la alarma, Gabriel dio tres pasos largos y luego tecleó el código de ocho dígitos que lo identificaba para entrar.

La oscuridad tranquila de la casa se asentó sobre Gabriel. Contuvo el aliento y escuchó, alerta a cualquier cosa que le dijera que no estaba solo.

Nada.

Gabriel caminó a la cocina, a continuación a la pequeña habitación escondida detrás de la despensa, de modo que era casi invisible. Allí, encendió la única luz que necesitaría… el accesorio de arriba en la habitación que alojaba el equipo de seguridad.

****

—Hola—Juan bostezó mientras revisaba su reloj. —¿Todo bien?

—La casa está limpia. Comprobé el material de archivo.

—Nadie estuvo aquí, salvo el cuidador. También hay una paloma que parece decidida a romper el vidrio de la ventana de la cocina por cualquier medio necesario, pero eso es todo.

—Buenísimo. Voy a conseguir que entren todos en el auto  y nos vemos en un par horas. —Juan sacó las piernas por un lado de la cama, estirándose mientras se movía.

—El café estará listo.

—Será lo mejor.

****

El garage proporcionó una excelente cobertura. Juan observó la entrada, mientras Agustín arropaba a Julián, a Angela y a Samanta que dormían en el asiento trasero. Se había ofrecido a ir con ellos, pero Angela se negó. Necesitaba algo de espacio, y Agustín necesitaba arreglar su casa.

Todos sus ojos suplicantes y suaves disculpas también estaban volviendo loco a Julián, y nadie lo quería en el mismo lugar que Agustín.

—Están listos para marcharse —dijo Agustín, acercándose a su lado—. Yo, eh, podría seguilos en otro auto.

—No, no podrías, porque entonces mi novio te daría un trompada en la cara. —Juan le dio a Agustín una fría mirada—. Y yo, probablemente, haría lo mismo. Retrocede, ¿bien? Nunca la recuperarás si seguís sofocándola.

Agustín asintió. A continuación, una triste sonrisa se dibujó en sus labios.

—Pasé mucho tiempo siendo paranoico
acerca de alguien haciéndole daño, y luego resultó que fui yo quién se lo hizo.

—Eso suena muy poético, pero en el fondo lo que pasanes que estás dañado. Tal vez deberías pensar en eso. —Juan no esperó una respuesta, quería, realmente, largarse de ahí.

***

Ya en la limosina, Angela se durmió antes de que cruzaran el puente. Juan jugaba con su celular mientras Julián entraba y salía del sueño contra su hombro.

Más que nada, quería proteger a Julián y, por extensión, a las personas que este amaba. No se había imaginado que traer a Daniel de vuelta a sus vidas sería como abrir una caja de Pandora. Todo por querer apaciguar su sentimiento de culpabilidad.

Debería haberlo imaginado mejor.

La Policía Federal estaba en el caso; los detectives de numerosasnciudades estaban investigando en sus archivos en busca de
vínculos entre los casos sin resolver y Daniel Izarraga. Juan había hecho su trabajo…, más que su trabajo. Sus sentimientos de culpa por los Menotti y no haberles dado la justicia que merecían, podría, por fin, ser aliviado.

Pero se había olvidado de que Daniel no era solo un viejo caso, una evidencia en un informe. Era un hombre inestable que vivía en el presente, que había tenido un cómplice todo este tiempo, que tenía un plan con el que había contado para hacer dinero. ¿Qué haría si estuviera acorralado?

Y la respuesta a eso fue... destruir las oficinas de Agustín. Lo cual no tenía ningún sentido. No se ajustaba a ninguno de sus patrones. A menos que fuera el primer paso.

El sedán oscuro fuera de su casa.

Daniel quería llegar hasta él.

Juan inhaló y exhaló, apretando su agarre en Julián mientras sentía el arma en su funda, debajo del brazo.

#4 V&T Quallicchio [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora