Capítulo 8

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—Así que, el uno de agosto —dijo Gabriel, llevando la caja de las cámaras al ascensor del edificio de Agustín. Él y Juan estaban allí para la siguiente y última fase de la instalación de seguridad en las oficinas de un tipo rico que hacía películas y obras de teatro y que era más seguro que la Casa Rosada.

—El uno de agosto. —Juan se apoyó contra la pared del ascensor llevando una bandeja de café y con todos sus planos perfectamente guardados en un maletin—. ¿Tenés planes?

Gabriel sonrió.

—Voy a despejar mi horario.

—¿Cómo te sentís sobre aceptar un trabajo?

—¿Necesitás medidas de seguridad para una boda? —dijo Gabriel en broma. Sabía lo que Juan iba a preguntarle, pero no le dolió que tuviera que trabajar por ello.

—Sos un boludo. —Juan se sonrojó un poco mientras se movía de un pie al otro—. ¿Querés ser mi padrino?

—Tendría que pensar...

—Está bien, terminé con vos. Voy a pedírselo a alguien más, ni en pedo te lo vuelvo a pedir.

Gabriel echó la cabeza hacia atrás y se carcajeó.

—En serio.

El ascensor se abrió y salieron, empujándose los hombros.

Sus empleados estaban repartidos, ya trabajando. Gabriel dejó caer la caja de las cámaras en su oficina de trabajo. Juan repartió cafés para los dos supervisores, Esteban y un nuevo profesional independiente llamado Alejo.

—Esto es un desperdicio de tipos duros—dijo Gabriel mientras se acercaba al trío—. Deberíamos estar levantando cosas pesadas en lugar de instalar cámaras pequeñas.

Esteban sonrió.

—¿Estás seguro de eso? A tu edad…

—Cállate pendejo. —Ambos habían estado bromeando sobre la edad desde el día en que Esteban se dio cuenta de que había nacido el mismo año que Gabriel estaba en los últimos años en la escuela secundaria.

—Solo estoy preocupado por tus frágiles huesos, jefe — dijo Esteban inocentemente mientras recogía los planos del escritorio—. Si necesitas una siesta o algo, simplemente presiona el botón de pánico...

Gabriel le sacó el dedo medio y todo el mundo se echó a reír.

Junto a Juan, subieron al segundo piso, donde ya habían instalado el sistema de seguridad.

—Dale.

—Dale, ¿qué? —Juan estaba hojeando su teléfono, sin levantar la vista.

—Preguntame de nuevo, correctamente, por favor —dijo Gabriel seriamente.

Juan se aclaró la garganta antes de mirar hacia arriba.

—Gabriel, pelotudo. ¿Querés ser mi padrino?

Gabriel se frotó los ojos, resoplando dramáticamente.

—Sí, Juan. Sí.

Juan le dio una patada. Dura.

En el segundo piso, la recepcionista los saludó cortésmente.

—¿Agustín? —preguntó Gabriel

—Está…, ummm hay alguien con él ahora mismo. El Sr. Kirzner.

—¡Ah, está bien! —Gabriel empezó a bajar por el pasillo con Juan detrás de él—. Es amigo nuestro.

Llegaron a mitad del camino cuando la puerta de Agustín se abrió y golpeó la pared con fuerza. Gabriel se detuvo, sorprendido por la vehemencia del choque. Tomás salió de la oficina, acalorado y enojado de una manera que, literalmente, Gabriel nunca había visto. Alegre y encantador, Tomás siempre tenía una sonrisa en su rostro. Siempre era el chico que rompía el mal humor y los malos momentos, siempre el payaso perpetuo.

#4 V&T Quallicchio [Adaptación]Where stories live. Discover now