Capítulo 30

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Gabriel bebía una botella de agua en el mostrador de la casa de tranquila playa, perdido en sus pensamientos. Se acordó de cuando estuvo aquí para el bautismo de Samanta, cuando todo se sentía alegre y ligero, como si el ambiente feliz nunca fuera a acabar.

Agarró su celular, para buscar las imágenes que había tomado ese fin de semana, queriendo castigarse un poco más.

Antes de que pudiera encontrar nada, el teléfono vibró.

—¿Juan?

—Sí, estamos en camino.

Se alejó del mostrador, vagando hasta el borde de la luz en la cocina, luego volvió a mirar al exterior a través de las puertas del patio.

—¿Todo bien?

—Parece que sí —dijo de forma cortante.

Gabriel esperó a que lo escupiera.

—¿Por qué estamos asumiendo que Daniel se encuentra en Puerto Valdés?

—¿Por Tamara?

La voz de Juan fue baja.

—¿Por qué voló para hablar con el propio Alejo? ¿Por qué no enviar a Tamara? ¿Por qué no contratar a alguien?

Gabriel se apoyó contra las puertas del patio. La oscuridad retrocediendo.

—No tiene nada de dinero.

—Cierto. Excepto por lo que los amigos de Tamara le están dando a ella, pensando que está huyendo de su loco marido. Eso significa que él mismo está haciendo el trabajo pesado.

—Hizo el robo.

Juan hizo un áspero sonido de frustración. Gabriel podía oír murmurar junto a él a Julián, cuando se despertó.

Cuando Juan no respondió, y Gabriel dio una patada al panel de madera en la parte inferior de la puerta.

—Estaba fuera de tu casa.

Aún nada.

Gabriel podía oír la respiración de Juan ahora, podía sentir su propio corazón aumentando de velocidad.

No podía quedarse allí esperando a que algo sucediera.

Se fue al otro lado de la cocina, en dirección a la computadora, en la sala de vigilancia. —¿Crees que alquilaron un auto? —preguntó, tratando de distraer a Juan… y evitar que se volviera loco esperando que aparecieran. Luego se estaba registrando en algunas bases de datos con las cuales no tenía ningún negocio.

—No usará su nombre.

—Ella podría.

Y entonces a Gabriel le vino un pensamiento. Era Renato, que se quejaba de la paliza del presidente de la Junta Directiva sobre la situación del estacionamiento en las calles. A pesar de la gravedad de la situación, se echó a reír.

—¿Qué? —susurró Juan.

—Multas de estacionamiento. La compañía de alquiler habría tenido que dar su información al Departamento de Policía, si ella recibió una sanción. Dame unos minutos, te llamaré de nuevo.

Gabriel con dos dedos tecleó el nombre de Tamara en la pequeña caja blanca de la base de datos a la que no debía acceder.

—Vamos, querida, ¿dónde estás?

Un registro apareció.

—Hace dos semanas… —Bingo. Gabriel contuvo el aliento cuando volvió a marcar el número de Juan. Oyó un clic en el otro extremo y empezó a hablar—. Maldita sea. Le pusieron una multa de estacionamiento justo en frente del edificio del departamento de Agustín. —Se desplazó hacia abajo—. ¡mierda! Hace unos días acá en un Uruguay, como esta registrado el auto en Argentina, pasaron los datos.

Juan no dijo nada.

—¿Juan? ¿Me oíste? Tenés que dar la vuelta, y volver de nuevo a la ciudad. —No escuchó nada en respuesta—. ¿Juan?

Cuando Gabriel revisó la pantalla, vio que la llamada se había cortado.

****

Renato despertó con un sobresalto. Su teléfono estaba sonando, el tono de Gabriel. Se dio la vuelta y lo agarró, deslizando el dedo por la parte delantera para conectar la llamada.

—¿Qué pasa?

—Necesitas mandar patrullas a buscar a Juan… tienen que encontrar la limusina rápido. No deben estar muy lejos de la ciudad Juan no responde a su celular. —dijo Gabriel, sin aliento y frenético—. Estuvieron en la ciudad y aquí también… Tamara y Daniel...

Ya fuera de la cama, Renato tomó la ropa de su armario con una sola mano.

—¿Estás seguro?

—Multas de estacionamiento frente al departamento de Agustín, multas de estacionamiento en Uruguay. Alquiler
de un sedán oscuro. Han estado vigilando a Juan.

—Mierda. —Renato se puso los pantalones y se metió en sus zapatillas deportivas—. Voy a cortar ahora. Te llamaré cuando tenga a las patrullas en la autopista.

—Estaré en el auto. Voy a ver si puedo encontrarlos.

—No… Gabi. Solo quedate ahí.

Ya había colgado.

****

Gabriel agarró su teléfono y su linterna mientras corría fuera de la casa.

****

—Julián, despertate—dijo Juan suavemente pero con urgencia—. Julián, amor. Te necesito ahora mismo.

Julián se acercó lentamente, parpadeando y moviendo la cabeza.

—¿Ya llegamos?

—No, pero hay un problema. —Juan mantuvo su voz baja y uniforme. No quería que Angela y Samanta despertaran. No quería que nadie se asustase—. Ahora no recibo ninguna cobertura en mi celular. Te necesito para comprobar el tuyo.—Fuera solo pudo distinguir árboles, ya salimos de la autopista, terrenos  vacíos que pasaban a toda velocidad.

Eso pareció despertar a Julián un poco más rápido.

—¿Qué pasa?

—No sé, pero te necesito despierto, ¿dale?
Necesito saber que estás consciente…

La limusina se desvió bruscamente. Juan atrapó a Julián antes de que pudiera golpear la puerta, y luego se lanzó a través del pequeño espacio para agarrar a Angela mientras despertaba en estado de pánico, tomando, también, a una Samanta gritando.

—Espera —gritó Juan, apoyándose contra el suelo y el techo, protegiendo a Angela y a la bebé lo mejor que podía.

Cambiaron, una vuelta completa esta vez, que hizo girar la limusina con violencia. El coche chocó contra algo.

Escucharon el golpe, sentían las vibraciones locas mientras giraban una vez más.

Entonces la limusina se paró.

#4 V&T Quallicchio [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora