Capítulo 2

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Gabriel se inclinó hacia atrás en su cómoda silla de cuero, dejándola crujir contra su peso. Era su silla, para cuando estaba en el trabajo, en la elegante oficina del garage de Juan.

La mayoría de las personas solo utilizaban esas cuatro paredes de cemento como aparcamiento, pero Juan no, tenía dinero y personas que sabían cómo gastarlo.

Y se notaba.

Las paredes estaban pintadas de un bronce rústico, con estilizadas cortinas negras en ambas ventanas. Una de ellas daba hacia al pequeño bosque que rodeaba la propiedad y la otra hacia la pileta y al patio. Cuando el clima era agradable, traía a los niños y los dejaba sueltos en el lujo de una vida relajada, que significaba sentarse en la pileta hasta que tenía que sobornarlos para que se subieran al auto.

Los muebles, desde el enorme sillón de
cuero con demasiado relleno hasta el par de sillones y mesas vintage, te rogaban que te quedaras un par de horas más. Trabajo, siesta. Ver el partido en la enorme pantalla situada en la pared del fondo.

Además, la enorme heladera de dos puertas hecha de acero inoxidable que siempre parecía llena, como por arte de magia, tentaba a su estómago y lo sacaba del escritorio para algo más que la obligatoria hora de almuerzo de Juan.

—Sabes las reglas—le diría Juan mientras Gabriel le tiraba una almohada vintage en forma de perrito, a la cabeza.

Hoy estaban trabajando en la facturación de fin de mes y haciendo su horario para el resto del mes.

—Entonces, todas las facturas están ya hechas y tenemos las instalaciones programadas. —Juan pasó su pulgar por encima del montón de papeles que estaban en medio de su escritorio compartido, el cual era aproximadamente del mismo tamaño que su antiguo apartamento.

—Vaya, somos eficientes.

—Yo soy eficiente. Vos convences a las personas de darnos trabajo —señaló Juan, poniendo un montículo de papeles en una bandeja.

—El equipo perfecto. —Gabriel se enderezó en la silla, estirándose encima de su escritorio para agarrar su celular. No tenía mensajes, montones de tareas lo mantenían ocupado cuando estaba en casa. Una vez cumplía con sus deberes de comprar de alimentos, pagar las facturas y dejar dinero en efectivo para los niños, era libre para vaguear. Que por lo general significaba ir a la casa de Juan.

—Siguiente paso.

Gabriel suspiró.

—¿Almorzar?

—¡Son las once y media!

—Para cuando termines la configuración del programa y me sirvas una cerveza...

—Eres ridículo —dijo Juan, pero se reía mientras se levantaba—. Está bien, voy a ver lo que nos dejaron. Pero hay que empezar a trabajar en el diseño de la cámara para las nuevas oficinas de Agustín.

—Está bien, está bien. —Gabriel levantó la tapa de la notebook de Juan—. ¿Le creemos que trabaja para la Agencia Federal de Inteligencia y toda esa cosa de actuación es su tapadera?

—No. —Juan llegó a la puerta, luego se detuvo a encogerse de hombros —. Tal vez.

—Y podría hacer una película sobre él cumpliendo misiones mientras trabajaba en la AFI. —Gabriel golpeó en la cabeza como si hubiera tenido una gran idea—. Decile a Julián esto. Voy a dividir las ganancias con él.

—Julián. Julián. Claro. Ahora lo recuerdo —dijo Juan con sequedad—. Tengo su foto en la pantalla del celular, así que no me olvido de cómo se ve.

Lo dijo alegremente, pero entonces se escabulló, la lluvia y el viento ligero traqueteando las paredes hasta que se cerró la puerta detrás de él.

#4 V&T Quallicchio [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora