Capítulo 7

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Renato no se había comprado un traje nuevo en unos cuantos años y ciertamente no para una cita. Pero en este momento entró en el Aramburu con la mano de Gabriel en la espalda, con un traje de un par de miles de pesos.

Fue un poco abrumador.

Después de tres semanas sin verse y de una cantidad desmesurada de sexo telefónico, Renato y Gabriel habían hecho planes muy específicos para esa noche. Los niños estaban con su tía Camila para el fin de semana, dejando a los dos hombres con una casa vacía. Gabriel había puesto a cargo del teléfono de la empresa a Juan. Renato había rezado una oración en silencio para que el equilibrio prevaleciera en su comisaria.

Estaban solos y centrándose el uno en el otro.

Por el momento, sin embargo, Renato prestó atención al restaurante con clase y siguió a la anfitriona a su mesa. Con una aplastante energía, Gabriel sacó su silla con una pequeña sonrisa.

Frente a él, se dejó caer Gabriel, que parecía encajar bien todo bronceado como siempre, con un traje negro y camisa azul oscuro. El cuello estaba abierto dejando una porción atractiva de piel que distraía su atención. Renato hizo su tradicional mirada alrededor, pero incluso eso no le impidió deslizar su mano sobre la mesa.

Los ojos de Gabriel brillaron con sorpresa, pero la sonrisa que apareció en sus labios mientras tomaba su mano era de una absoluta delicia.

Distracción multiplicada por diez.

—¿A qué debo este honor? —preguntó Gabriel suavemente, inclinándose hacia adelante mientras acariciaba con su pulgar la muñeca de Renato.

Este se encogió de hombros.

—Me gusta esa camisa —respondió casualmente, deleitándose con el brillo que
parpadeaba en la cara de Gabriel.

Renato se inclinó hacia delante, evitando las velas y flores que se encontraban entre ellos.

—Espero que no tengas ningún plan para levantarte de la cama hasta el domingo —murmuró.

Gabriel se humedeció los labios. Renato sonrió.

El camarero, que probablemente había estado allí de pie durante unos minutos, se aclaró la garganta.

***

La comida era increíble, lo que hizo que soltarse de las manos fuera fácil cuando les llevaron una carne asada para morirse. Con los tobillos apretados bajo la mesa, Renato y Gabriel comieron, descorcharon una botella de vino y compartieron sonrisas satisfechas. Se sentía como si un hechizo les rodeara, bloqueando cualquier cosa que pudiera alterar el momento.

—Quiero embotellar lo que se te metió en el cuerpo esta noche —dijo Gabriel, limpiándose la boca con la servilleta—. Y luego lo quiero producir en masa.

—Deja de sonar tan sorprendido. Soy capaz de… cosas —Renato entrecerró los ojos sobre la mesa. El Sr. Cero Aguante y tres vasos de vino, la noche prometía ser aún más interesante.

Gabriel soltó una risita.

—Les llamaste cosas.

—Esto es todo lo vas a obtener en público. —Renato frotó su tobillo con el de su novio y ese simple acto hizo cosas maravillosas a todo lo que estaba debajo de su cinturón.

—Santurrón —bromeó Gabriel yendo a través de la mesa para tomarle la mano de nuevo

—Voy a recordar lo que me llamaste esta noche. — Cuando Renato pasó la lengua por su labio inferior, Gabriel casi se cae de la silla.

—He creado un monstruo.

****

Gabriel hizo lo imposible por conseguir acorralar a Renato en el baño de hombres, pero incluso un poco borracho, su novio se mantuvo firme en su negativa.

#4 V&T Quallicchio [Adaptación]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora