Magnos

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Magnos


Joseph se encontraba en la cabaña que compartía con Evan, sin embargo, este estaba ocupado almorzando con los demás jóvenes. Yacía en su habitación, en el segundo piso de la confortable cabaña, que era iluminada por dos lámparas, una colgaba del techo no muy alto y la otra reposaba sobre una pequeña mesa en donde el anciano escribía uno de sus muchos pergaminos.

No obstante, oyó con el mayor desdén aquel crujido terrorífico que tanto malestar le causaba. Pasó unos segundos y el crujido resonó una vez más, pero esta vez se oyó alto y casi palpable.

El anciano dejó de garabatear con su pluma y exhaló con resignación, como quien se da cuenta de un acto fatigoso, pero inevitable.

—¡Ya habla! —gritó sin apartar la vista del pergamino—. Pues he esperado tu visita hace ya días.

Una vez más se oyó el crujido, pero esta vez fue lento y sutil, luego, aquellos ojos brillantes de un color azul como el cielo tormentoso, se hicieron visible por detrás del anciano, en medio de la oscura penumbra.

—Joseph… —dijo en un penoso tono.

—¿Qué quieres?

—Oh, compañero, veo que el tiempo ha borrado tus modales, aquellos tan educados que solías tener.

—Aún los conservo, no obstante, no eres digno de modales ni tampoco de ninguna cortesía, ser de las tinieblas. ¡Habla! O yo mismo daré por finalizada esta plática tan malsana y efímera.

—¡Pues hablaré directo, como la punta de una flecha, si es esto lo que en verdad quieres y mencionas! —le respondió la voz empalagosa y cautelosa—. Desde la lejanía observo, como observa un águila y también oigo, como escuchan los árboles las tormentas próximas, así que sabrás, compañero, que estoy informado de lo ocurrido hace algunos días.

Joseph rio con sequedad y volteó para observar aquellos ojos que no parpadeaban.

—No me interesa tu información ni tampoco tus odiosos oídos y ojos, pues yo conozco tus secretos. ¡Ya no finjas!

La voz vaciló antes de responder.

—Joseph… óyeme y tal vez me comprendas…

—Comprendo, pero no como tú quieres y querrás.

—Pues entonces limítate a oír, pues quiero, antes de que todo lo que está destinado a ocurrir, ocurra, felicitar a tus jóvenes. ¡Sí, quiero felicitarlos! Ya que pocos son los que enfrentan a tales enemigos y siguen aún de pie y libres, claro está, que sería otra la historia si el bueno de Joseph no hubiese brindado su tan incondicional ayuda ¿o me equivoco? —preguntó esto último soltando pequeñas risas entrecortadas.

—Tal vez no te equivoques, pero no por ello la gran hazaña de los jóvenes pierde mérito —replicó.

—Oh, no, nada de eso… aquellos jóvenes son excepcionales, en especial aquel muchacho, cuyo nombre no conozco y me gustaría conocer. Tú sabes por qué, señor de los secretos. —Y rio con gusto.

—Me temo que tendrás que esperar para saberlo.

—Eso dices, pero… ¿qué es lo que mis ojos aprecian en aquellas tan extrañas arrugas de tu rostro falso? Podría adivinar el nombre con tan solo verte, tus ojos brillantes y tus cabellos revueltos que tanto dicen, tu rostro poco cuenta, ya que esas arrugas tan oportunas obstaculizan mi vista, pero creo que ya lo he encontrado. ¡Oh sí que lo he hecho!

Los PrivilegiadosWhere stories live. Discover now