Algunas Preguntas

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Algunas preguntas

Ambos hombres observaban al prisionero. Arrinconado en aquella esquina oscura y polvorienta, despojado de su armadura y de sus armas, tan solo una toga gastada y raída cubría sus miembros pálidos y temblorosos. Aquel hombre poseía los guantes de metal que le impedía cualquier movimiento y apretaba sus muñecas. Su tobillo, con ayuda de una cadena corta y negra, permanecía aferrado a la pared rocosa del fondo. El mestizo alzó la vista y allí se mantuvo, tan solo observando a ambos hombres como quien observa a su verdugo sosteniendo la espada que le dará muerte, como si tal cosa podría causarle el daño que tanto deseaba provocar.

—¡Yexümdöde! —le ordenó Joseph con verdadera autoridad.

El prisionero, con el rostro demacrado y las piernas ennegrecidas, no respondió y se mantuvo sentado sobre el suelo amarillento y arenoso.

—Mon heüs domdo, piihiosmenio, kie sköbüü.

El prisionero se limitaba a mantenerse en silencio, aunque era resistente y su fortaleza tardaría en ser flaqueada, el frío carcomía su fuerza a cada segundo y la falta de comida generaba cierto grado de intranquilidad en su mente magna. Sin embargo, los mestizos eran propicios de una fortaleza inquebrantable, por lo que podría permanecer varios días sin probar bocado, no obstante, todo tenía un límite.

Joseph permanecía firme y calmo mientras su vista se posaba en todos los rincones de su alrededor. Notó enseguida que la mesa y la silla de madera, que todos los calabozos poseían, se encontraban golpeadas y derribadas en el suelo.

—No me extraña que hayas destruido estos muebles tan necesarios, pues un hombre será juzgado de incapaz cuándo destruya lo poco que aún posea —dijo el anciano enfadado dirigiéndose a Drake.

Este solo asintió y se mostró serio observando fijamente hacia el prisionero, como interpretando un papel en el cual se ha estado preparando toda su vida.

El ambiente permanecía estático y cargado de tensión, Joseph había decidido hablar en magno durante toda la corta “visita”, por lo tanto, Drake no comprendía lo que sucedía.

—Levántate —había ordenado Joseph al pararse frente al prisionero y, al notar que este no reaccionó, dijo—: No sea tonto, prisionero, y hable.

—¿Quiere que lo sacuda un poco? Puedo golpearlo si usted lo necesita o no lo sé… —le preguntó Drake a Joseph, pero este, sin modificar su rostro amargado y torcido por la seriedad, le respondió alzando una mano, como quien ha trazado un plan de acción y no está dispuesto a modificarlo.

—Entiendo que no quieras hablar —comenzó a decir Joseph en magno luego de unos segundos, mientras caminaba hacia la silla endeble y coja. Una vez que la tuvo en sus manos, la llevó frente al hombre—. Pero, antes de que comencemos con el lento proceder del interrogatorio, quiero informarte que tus compañeros ya han hablado, por lo que te negarás y correrás peligro en vano.

El prisionero, al oír que sus compañeros habían traicionado al Reino Magno, alzó la vista y arrugó él entre cejo, reflejando la mismísima cara del desprecio.

—¡Mientes! —gritó el hombre, en su idioma, con una voz oxidada y áspera.

—¿Mentir? Es interesante, podríamos divagar sobre ello con el fin de descubrir si es cierto o no, sin embargo, tendrás que disculparme, pues no tengo el interés de hacerlo. Por lo que, hombre condenado, oye y entiende estas palabras, tus aliados han hablado, de más estar decir que era ello o sus vidas. Te propondré el mismo trato que a ellos y entenderás el motivo por el cual te han traicionado. —E hizo silencio mientras observaba a los ojos oscuros y apagados del hombre—. Habla o muere, hombre, ya que si hablas, no solo no morirás, sino que también obtendrás abrigos y alimentos y quién sabe… tal vez podrás volver a ver la luz del día en algún tiempo no tan lejano.

Los PrivilegiadosWhere stories live. Discover now