La expiación de un pecador

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La expiación de un pecador


—¿A qué te refieres? —preguntó Elián sin contenerse.

Silver la observó con el entrecejo fruncido, pues no se había percatado de su presencia.

—Kuor —dijo apuntado con el cuchillo hacia las afueras de Puerto Oculto.

—Silver —habló Joseph—. Siempre he sabido que eras un hombre muy capaz, pero… se requiere más que eso para cruzar kilómetros y kilómetros en aguas sacudidas por la tempestad, así que cuéntales a estos curiosos cómo lo has logrado.

Silver se echó atrás en su asiento y observó el techo oscuro del viejo estudio.

—Al salir a aguas abiertas, primero temí, temí mucho. Pues parecía que todo el golfo se sacudía en sintonías diferentes, las corrientes negras chocaban la una contra la otra y una espuma blanca apenas visible se levantaba por los cielos como si un volcán se tratase. Sin embargo, ate mi cintura a un extremo del bote y me arme de valor.

«Los primeros minutos me sentí desorientado, pues, luego de una sacudida poderosa, creía que me encontraba en un limbo interminable, como presenciando la muerte antes de que esta llegara. Sin embargo, en aquel momento recordé hacía que dirección soplaba las brisas heladas, pues lo había revisado antes de partir. Al comprobar esto, supe que rumbo seguir sin importar que mi camino estuviese cubierto de sombras y oscuridad, solo interrumpida por el retumbar de los truenos, que iluminaban el cielo por un instante y hacía templar mis miembros».

«Ya había pasado un tiempo considerable, no supe cuánto en realidad, no obstante, sabía que el amanecer no estaba lejos, si es que podría siquiera hablar del amanecer en aquellas circunstancias, claro. En aquel punto la lluvia copiosa empezó a inundar el pequeño navío, si bien había pensado en ello y ya estaba preparado, comencé a desesperarme, pues la cantidad era excesiva. Empecé, haciéndome de un tarro, a vaciar el bote, sentía que mis esfuerzos eran en vano hasta que noté que el agua comenzaba a desistir en su afán de ahogarme».

«Luego intenté estudiar el comportamiento de las diferentes corrientes espumosas del golfo, al principio me pareció una tarea del todo imposible, hasta que, de una manera desafortunada y casi mortal, me topé con una enorme ola de por lo menos quince metros. Esta se dibujó frente a mí y, al tener tan poco tiempo de reacción, me arrastró hacía bajo de la superficie marina. En aquel momento creía que hasta allí había llegado, pero algo en mí quiso alejar esta idea de mi mente y, cuando comencé a luchar contra la muerte vestida de tormenta, la cuerda de mi cintura me jaló con gran rapidez hacia el bote. Tarde escasos segundos en volver a estar flotando en aquellas aguas enfurecidas y, para mi sorpresa, me percaté que la mayoría de mis bienes seguían allí, en el bote. Luego de este altercado, observé hacia donde sabía que se encontraba mi destino, en ese momento un trueno estalló en la cercanía y el cielo oscuro se volvió de día efímeramente. Fue tan solo una fracción de segundo, pero fue suficiente para mí, pues me había bastado para observar las gigantes olas que rompían a no más de treinta metros. Al principio pensé que las olas se habían alejado, sin embargo, en realidad, la ola que me había embestido al principio me había arrastrado varios metros atrás sin percatarme siquiera».

«El terror se apoderó en gran parte de mí, pues si una sola de esas olas podría significar mi muerte sin mayores precedentes, que esperar de un sinfín de ellas. Fue allí, en aquel momento de despedida, que me percaté de una pequeña sutileza. ¡Oh! Que milagrosa sutileza. Noté que, entre tantos afluentes y corrientes marinas intersecándose y mezclándose, había una extraña corriente, era un afluente delgado que avanzaba de una forma diagonal hasta desembocar en una curva que flanqueaba las olas gigantes. Reflexioné en esta corriente como mi salvación y como hombre desahuciado que era, empecé a remar con todas mis fuerzas hacia allí. Ya me encontraba casi frente a frente con una de aquellas gigantes olas consecuentes cuando al final había alcanzado el pequeño afluente y, como por arte de magia, el bote empezó a avanzar con gran velocidad alejándose de la ola. Si bien la ola era alta y ancha, llegue a cruzarla por completo antes de que esta terminara de romper y me arrastrase junto con ella».

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